Dos comunidades, un mismo nombre. Así podría describirse a Curundú, que hoy cumple 36 años de fundación, y a Curundu, en las áreas revertidas. Sin embargo, recorrer ambos sectores permite observar una realidad que va más allá de la ortografía.
Aunque no subyace una historia de división de clases impuesta, la geografía (un río) y los hechos históricos vividos en el país se encargaron de separar a sus habitantes.
En Curundu, antiguo enclave estadounidense, hay viviendas con diferentes estilos arquitectónicos. Las hay de madera con amplios jardines, de techos altos y lámparas suntuosas, y están las de paredes revestidas de mármol y roble. En Curundú, donde de acuerdo con el censo de población efectuado en junio pasado por el Ministerio de Desarrollo Social y la Junta Comunal, viven unos 16 mil habitantes, también hay casas de todo tipo. Están las de tabla y cartón que aún tienen el olor a humo de los últimos incendios y los apartamentos de foam y alambre (M2) que construye el Ministerio de Vivienda.
En Curundu, sus cerca de 500 habitantes respiran el aire de los bosques y escuchan el canto de los pájaros. En cambio, los de Curundú están envueltos por el humo de los buses y el sonido de las balas. Curundu pertenece al corregimiento de Ancón, y Curundú se pertenece a sí mismo: a Curundú.
MULTICULTURAL
Dice Pablo Othon, representante suplente de Curundú, que eso de que el corregimiento está poblado por colombianos, peruanos y dominicanos, es solo un mito. Ahora son los indígenas emberá wounáan y de Kuna Yala los lugareños del área.
En cambio, con solo pasar el muro que indica la llegada a Curundu, se comprueba que el pasado estadounidense sigue vivo en sus calles.
