CARNAVAL 2011

El disfrute del Carnaval, entre deudas y empeños

El disfrute del Carnaval, entre deudas y empeños
El disfrute del Carnaval, entre deudas y empeños

Por ahí se dice que las casas de empeño son los bancos de los más pobres.

Sin tanto trámite ni aspaviento, las casas de empeño le dan dinero rápido al urgido, al necesitado, al malacostumbrado y al fiestero, siempre que lleve cualquier cosa que se pueda empeñar.

Tal como dice Francisco, en estos sitios no se pregunta para qué se quiere la plata ni se necesitan referencias de crédito.

“Yo he empeñado como 100 mil veces... Y he perdido celulares, leontinas, sortijas, collares”, cuenta Francisco. Y sin mucho remordimiento...

Eduardo Véliz es dueño de la Casa de Empeño Yimali, ubicada en el corazón de Perejil.

Con años de experiencia en el negocio, Véliz dice que, para las fiestas de Carnaval, le llegan toda clase de ofertas.

“Mire, a mí me han traído perros con su comida... Han tratado de que les empeñe cédulas”, recuerda.

Este año 2011, por ejemplo, se perfila bien. Con las fiestas empezando el 5 de marzo –y las quincenas bien lejos–, “la gente ya está limpia” y seguramente buscarán algo para empeñar.

¿Qué cuánto piden? Generalmente, unos 50 ó 60 dólares, asegura Véliz. Otros están dispuestos a gastarse hasta 200. Pero, ¿por qué?

Fiesta de agua, guaro y campana, el Carnaval promete el olvido y la “ponchera”. A las mujeres, por ejemplo, se les olvida el pudor y los hombres beben más que Homero.

Los más tranquilos de todas maneras se van a los pueblos del interior, así sea para pasar en familia. Y todo esto se traduce en gastos.

Pese a los inconvenientes, la diversión se impone. Tal como dice Manuel, el Carnaval “es una fiesta donde uno logra pasarla súper bien por mucho tiempo y de forma continua, fuera de la rutina lógica, del trabajo, del hogar. Hay otros ambientes y todo es alegría”.

Sí, alegría. Así sea que el país esté partiéndose social y políticamente o que el mundo esté al borde de una (otra) guerra.

Como dice Belisario, a riesgo de ser calificado como aguafiestas: “Pienso que [el Carnaval] es una fiesta que ha perdido todo su valor cultural y popular hasta ser nada más que una borrachera. Es una fiesta en la que el pueblo pretende olvidar sus problemas individuales y sociales”, agrega.

Para terminar de arrancar muecas, sentencia: “Es una fiesta sin gracia alguna”.

Manuel no lo ve así. Ni los cientos y miles que se van a Las Tablas, a Penonomé, a Chitré o a Dolega –o, en última instancia, a la cinta costera en la capital–, y se entregan generosos al berrinche de los culecos y a la demencia de los pubs....

Así sea, qué importa ya, a punta de empeños.


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