Para nadie es un secreto que los libros de historia son, en muchos casos, compendios de propaganda de los ganadores o textos coyunturales de los usurpadores. Por esa razón, a nadie puede asustar los tumbos que dan las interpretaciones del pasado ni los cambios de denominación de parques y calles. Si el Parque Omar pudo ser el Parque Gallego para volver a ser Omar, por qué no volverle a cambiar el nombre con el próximo gobierno. Esta semana hemos vivido la reivindicación coyuntural del nombre de Omar Torrijos.
Tiempo para saber
Nada tiene que ver la furia de renombrar trozos de piedra por parte del PRD y del Presidente con la figura del General, que probablemente no podremos ponderar en su justa medida hasta dentro de dos o tres décadas.
Pero los eventos en torno al aniversario de la muerte de Omar Torrijos sí han mostrado una estrecha memoria del presente. Hemos visto a Tomás Borge, el rostro de la represión del régimen sandinista en Nicaragua, paseándose por Panamá como si fuera un ilustrado invitado -orador de fondo le llaman ahora-.
Unos cuantos campesinos de Coclesito y unos muchos burócratas del actual gobierno disfrutaron del "discurso de fondo" de Felipe González, el ex presidente español más aficionado a este hemisferio, donde todavía le hacen caso, que a su país natal.
Lo mismo está ocurriendo con el tema Cuba y la supuesta sucesión de Fidel. Pocos conocen la historia y muchos opinan sobre ella.
Para saber qué ha supuesto Castro tendremos que esperar mucho tiempo y mucha desclasificación de documentos secretos en Washington.
En todo caso, la historia la deberíamos escribir los ciudadanos... si no estuviéramos tan ocupados leyéndola.
