Desde el aire, las aguas tornasoladas revelan que esa porción de mar no es normal. Allí pasó algo.
La mancha oscura se extiende por una amplia zona del Golfo de México. Hasta desde el espacio es claramente visible.
Es la amenazante evidencia del vertido de petróleo resultante de un accidente.
La noche del pasado martes 20 de abril, un aparente problema en el control de presión de la plataforma petrolera Deepwater Horizon produjo que el crudo, proveniente del fondo oceánico, ascendiera sin control, rebasando la presión admitida por las tuberías de la instalación. Los trabajadores apenas si tuvieron tiempo de arrojarse al mar. Aproximadamente a las 22 horas de ese día, la Deepwater Horizon reventó, con una explosión de formidables llamaradas visible desde varios kilómetros a la redonda.
Once de los 126 trabajadores de la plataforma desaparecieron. Su búsqueda ya se suspendió.
A pesar de todas las medidas de control y mitigación que se pusieron en marcha de inmediato, la plataforma se hundió en el mar, provocando uno de los vertidos de hidrocarburos más graves de la historia reciente: cada día que pasa, el fondo oceánico agujereado vomita mil barriles de crudo, que amenazan, entre otros lugares, las costas de Luisiana y sus pantanos, ricos santuarios de biodiversidad.
Este derrame, que tiene hoy en jaque al gobierno de Barack Obama, ha recordado los riesgos no superados aún que entraña la industria petrolera para el ambiente y la sombra de malos recuerdos, como los accidentes de los tanqueros Amoco Cadiz, Prestige y, sobre todo, el Exxon Valdez.
