30 PERSONAS NARRAN LO OCURRIDO EN LA CELDA 6 DEL CENTRO DE CUMPLIMIENTO DE MENORES

‘Un grito de desesperación’

‘Un grito de desesperación’
‘Un grito de desesperación’

Todo estaba planeado desde días antes. La intención era protestar por “la mala alimentación, el hacinamiento, el maltrato de los custodios y la escasez de agua por semanas”.

Se trataba de una protesta más. No había intención de enfrentarse con los custodios, sino una especie de “grito de desesperación” para que los atendieran.

Sin embargo, lo que ni siquiera imaginaron los internos que fraguaron la protesta es que ese domingo 9 de enero, día de duelo nacional, también sería fatídico para un grupo de ellos.

De acuerdo con los relatos de al menos 15 de los reclusos del centro, 12 policías, un custodio civil, la directora del penal, Iris Cedeño, y la encargada de admisióny estadísticas, Maribel de Flores –incluidos en el expediente del caso–, el plan comenzó a ejecutarse cerca de las 11:30 a.m., aprovechando que el custodio Américo Santamaría estaba por terminar su turno y sacó a uno de los internos de la celda 1 para que limpiara el pabellón, en castigo por su “mal comportamiento”.

El reo, sin embargo, en vez de buscar los baldes con agua, la escoba y el trapeador, fue a los baños –donde ocultaba una segueta– y de inmediato comenzó a cortar el candado de la celda 9, donde estaban los que idearon el plan de protesta.

Tras cortar el candado, el resto de los jóvenes encerrados salieron al pasillo y, con los rostros cubiertos con sus suéteres y camisas, comenzaron a romper los cerrojos de las demás celdas. Al final, abrieron 5 de las 10 que hay en todo el centro.

Santamaría se estaba cambiando de ropa. Al escuchar el ruido intentó someter a los primeros menores que salieron de las celdas, para lo cual les roció gas pimienta. Sin embargo, no pudo frenarlos y tuvo que escapar después de que dos de los adolescentes lo amenazaron con platinas.

Santamaría, empero, avisó por radio al comando central de la prisión. “Los reos se están amotinando, necesito apoyo”, gritó.

Poco tiempo después llegó al lugar la Policía Nacional (PN) y tres funcionarios de esa entidad, armados con escopetas, tomaron la entrada e hicieron frente, con perdigones, a los alzados.

El primero en caer fue uno de los menores encerrados en la celda 4 –que fue la segunda en abrirse–. Este joven recibió una ráfaga de perdigones en la cabezay perdió el conocimiento, por lo que sus compañeros lo arrastraron hasta el final del pabellón.

Cuando los amotinados intentaron abrir la celda 6 –donde al final ocurrió la tragedia–, sus siete ocupantes se negaron a salir con el argumento de que no querían ser castigados después. Y la refriega continuó sin ellos en los pasillos.

Ya a las 11:53 a.m., 50 menores estaban fuera de sus celdas y se enfrentaban a los policías con piedras y otros objetos sacados de los techos, así como con bolsas llenas de orine y heces. Los uniformados, a su vez, usaban perdigones y gases lacrimógenos, que arrojaban hacia el pabellón desde afuera de este. Todavía no habían entrado.

A las 12:30 p.m., Maribel de Flores llamó por teléfono a la directora Cedeño –quien estaba en su casa, en Panamá oeste–, al jefe de la Zona Policial metro este, Luis Ortega, y a los bomberos.

“Estamos esperando la orden para entrar”, le contestó Ortega.

Pasada la 1:30 p.m., Cedeño llegó al centro, autorizó el ingreso de la PN y el uso de gas pimienta.

Según los relatos que hay en el expediente, los disparos de los policías provocaron el primero de lo cuatro incendios que ocurrieron ese día, luego que impactaron en un televisor encendido. Los bomberos sofocaron ese conato casi de inmediato, aunque desde fuera del pabellón.

“No pueden tirarnos perdigones. Eso está prohibido”, gritó uno de los alzados. “Aguanten; para eso querían estar inventando”, replicó un policía.

Finalmente, el humo de las bombas y los perdigones obligaron a los adolescentes alzados a rendirse, y fue entonces cuando los policías entraron al pabellón, tiraron a los jóvenes al suelo, les ataron las manos con zunchos y los golpearon con sus varas.

Pero la situación no estaba controlada totalmente. En la celda 6 permanecían los siete jóvenes que se negaron a protestar y pedían que los sacaran.

“El agente Foster golpeó con la culata de su escopeta la malla por la parte posterior de la cerca e hizo una abertura”, dice uno de los relatos incluidos en el expediente.

Luego, el subteniente Joel Rodríguez tiró una bomba dentro de la celda y acto seguido el agente Maikol González hizo lo mismo.

Adentro, los siete jóvenes intentaron sofocar el humo arrojando los colchones sobre las bombas, y ello provocó el incendio.

Uno de los reos de la celda 5, que tampoco se abrió, vio a uno de sus “vecinos” arrodillarse y lo oyó gritar: “mamá, ayúdame”.

Pero fuera, custodios y policías hacían bromas y gritaban: “aguanten; no querían ser hombrecitos”.

Al final, los siete jóvenes fueron sacados media hora después de iniciado el incendio. Cuatro ya murieron y tres están en estado crítico.


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