El juego, ya sea de manera individual o colectiva, ha de implicar tantos procesos adaptativos, además de estar implícito en el desarrollo evolutivo del ser humano. Es por eso que el juego debe revestir un carácter de seriedad en el momento teórico y explicativo del concepto, además de una actividad innata; es un potencializador en el desarrollo de las destrezas o habilidades adaptativas y, por lo tanto, de la inteligencia.
Si consideramos el juego y la ronda como un fenómeno inherente al niño, si tenemos en cuenta que el juego y la ronda son uno de sus primeros lenguajes y una de sus primeras actividades, a través de las cuales conoce el mundo que lo rodea incluyendo las personas, los objetos, el funcionamiento de los mismos y la forma de manejarse de las personas cercanas, no podemos excluir el juego del ámbito de la educación formal.
Y sin temor a la equivocación, con la mínima actividad lúdica se sujeta o aprende algo, ya sea conocimientos, habilidades, normas o conductas, sentido de pertenencia social, etc. Todas estas habilidades son adaptativas, o al mismo tiempo se desaprende si se habla también del carácter terapéutico que este tiene. Basta con observar a dos pequeños jugando con una pelota; seguramente los dos ya han explorado la pelota anteriormente, lo que empiezan a aprender son los movimientos que se deben realizar, la intensidad con la que la pelota debe ser expulsada para que el otro la pueda agarrar. Ellos están socializando, además de aprender valores sociales como son el compartir, entre muchas otras cosas.
La inclusión de personas con discapacidades diferentes en el ámbito social, escolar, laboral e incluso religioso, no es nada nuevo. Ha sido una propuesta vanguardista desde hace años, que quizás va avanzando a pasos pequeños, pero seguros. Conocemos la importancia del juego y su carácter trascendental en los procesos pedagógicos y psicológicos y el porqué es recomendable una acción integradora. Ahora cabe la pregunta: ¿Cómo el profesional dedicado a la educación hará para integrar a todo niño en el juego? La respuesta es: realizando adaptaciones curriculares.
El docente que juega con sus alumnos fortalece la relación con ellos, los conoce de mejor manera y tiene a su favor la confianza y el amor de sus estudiantes, que aceptarán gustosos trabajar en el interior del aula después de jugar. Las rondas infantiles y el juego no solo dan alegría (lo cual de por sí es ya suficiente justificativo para que un docente no deje de realizarlos como parte fundamental en su trabajo cotidiano), sino que fortalecen destrezas, habilidades, valores y actitudes que son muy necesarios para el desarrollo integral de un niño (a), sobre todo en los primeros siete años de vida.
En el proceso lúdico, los niños con necesidades educativas especiales pueden descubrir múltiples procesos relativos al aprendizaje y la educación. Podremos ver entonces momentos de asombro, descubrimiento, análisis, establecimiento de relaciones, similitudes y diferencias, a esto se le suman la fantasía y la creatividad que los niños con estas discapacidades desarrollan en los diferentes juegos, tanto individuales como grupales, donde todo esto se potencia aún más por la red de interrelación e intercambio que se forma.
El autor es profesor de educación física
