Esa tarde del martes 12 de enero, Marie- Amorce Jacques tenía práctica con el coro de su iglesia y caminaba hacia allá con una amiga sobre la acera frente al Palacio Presidencial de Haití.
Residente del barrio de Nazon, en su casa se había quedado durmiendo su hija Thatiana Willy, vistiendo solo ropa interior.
Faltaban unos 40 metros para llegar, cuando la tierra empezó a rugir. Luego fue el bamboleo. “Era como un conjunto de olas pasando por debajo de mí”, cuenta Marie-Amorce en creole, mientras mueve los brazos para describir el vaivén.
Al lado de ella está Duckins Jacques, su hijo, quien desde hace cinco años está en Panamá estudiando. Es él quien traduce la experiencia.
Ante el feroz movimiento, la gente empezó a agacharse y a arrodillarse. Alrededor crujían los edificios y se quebraban columnas.
Aterrada junto a su amiga, Marie-Amorce empezó a gritar con toda la fuerza de su garganta: “¡Jezu, sove’n! ¡Jezu, kouvri’n! ¡Jezu, proteje’n! (¡Jesús, sálvanos! ¡Jesús, cúbrenos! ¡Jesús, protégenos!”).
Y así hasta que todo se quedó quieto.

