La historia de los alfabetos de los pueblos indígenas panameños es bastante curiosa... Y larga.
Combatidos e ignorados durante siglos, los indígenas no tuvieron otra forma de preservarse como pueblo que la comunicación oral.
De generación en generación, la lengua se propagaba entre familias y comunidades, pero no había grafía para esos sonidos.
Como cuenta Pedro Marmolejo, de la Dirección de Educación Intercultural Bilingüe del Ministerio de Educación (Meduca), en el caso de los emberá los estudios de su idioma empezaron en 1959.
Esas investigaciones, sin embargo, eran hechas por estudiosos extranjeros o religiosos, y al final cada uno creaba un alfabeto diferente.
A partir de 1975, sin embargo, las cosas empezaron a cambiar.
Como explica Evangelista Lucas Jaén, directora nacional de Educación Intercultural Bilingüe, ese año empezaron a reunirse lingüistas, docentes e indígenas de Veraguas, Bocas del Toro y Chiriquí para estudiar los sonidos de los idiomas indígenas. Luego, agregó la directora, se empezó a ponerle letras a esos sonidos.
“Usamos las mismas letras del español, pero para ciertos sonidos nasales guturales se crearon nuevas combinaciones de letras”, precisa Lucas Jaén.
Para esos sonidos, por ejemplo, existen en el alfabeto ngäbe las consonantes “ng”, “ngw” y “gw”.
Fue así como surgieron entonces los siete alfabetos que ya hay: el buglé (que consta de 10 vocales y 20 consonantes); el emberá (12 vocales y 21 consonantes); el wounaan (16 vocales y 20 consonantes); el kuna (cinco vocales y 14 consonantes); el naso-teribe (16 vocales y 26 consonantes); y el bri bri (con 12 vocales y 20 consonantes).
En esa misma “oleada” se definió el alfabeto ngäbe, que tiene ocho vocales y 18 consonantes. Y como en este trabajo participaron los propios indígenas, los ngäbes establecieron que a ellos debía llamárseles así: ngäbes.
