Los ágiles dedos de Carlos Felipe Isaac, mejor conocido como Ñato Califa, recorrían las teclas de su viejo acordeón obligándolo a dejar escapar las notas que le daban forma a una de las expresiones más auténticas del folclor panameño: la cumbia chorrerana.
En ese instante, mientras el Rey de la cumbia hacía de las suyas con el pentagrama, la voz de su cantante Lucía Chía Ureña se dejaba escuchar relatando historias pueblerinas, al tiempo que sus seguidores, bailando en círculo alrededor de los músicos, coreaban: “Que cante Chía/ que cante Chía/ que yo la bailo…”.
Esos acordes escuchados a lo largo y ancho del país aún resuenan en quienes un 13 de enero de 2006 lloraron al conocer que el autobús en el que viajaba Califa y su conjunto se fue a un precipicio en el sector de El Cacao, cuando se dirigían a amenizar el Festival de la Naranja, en Capira, causándole la muerte al músico, a la cantante, y a nueve de los integrantes del conjunto.
“La cumbia chorrerana es algo que es nuestro, que nos pertenece, que nos identifica, y por eso debemos conservarla”, había dicho el artista en reiteradas ocasiones.
Por ello, tras cinco años de su muerte, un grupo de folcloristas chorreranos está comprometido en la tarea de preservar el ritmo tradicional de la cumbia abierta y de la cumbia gaita, evitando que se mezcle con otros acordes de la música típica.
Una de esas entusiastas folcloristas, Candelaria Mami Chacón, dice sentirse satisfecha de que sean grupos de jóvenes los que estén interesados en “tocar cumbia”, valorando el legado de sus antecesores.
No obstante, la cumbia tropieza con la falta de apoyo público y privado.
“Hace falta el apoyo de las autoridades locales y la empresa privada para que estos grupos de jóvenes se mantengan y la cumbia no muera”, dice en tono de queja Mami Chacón.
Los conocedores de esta manifestación de panameñidad también se muestran preocupados porque los jóvenes acordeonistas están más entusiasmados por ejecutar la cumbia abierta que la cumbia gaita, que tiene una melodía más suave.
“Recuerdo que Califa casi siempre empezaba a tocar la cumbia gaita, que es más sabrosa para bailar, y lo mismo hacía el acordeonista Mingo Tejada”, comenta Chacón, quien agrega que al bailar la cumbia gaita las parejas le ponen menos piquete, mientras que la cumbia cerrada es más movida, por lo que el círculo de danzantes se mueve más rápido.
En estos últimos cinco años, convertido Califa en un mito de la cumbia chorrerana, han aparecido al menos siete nuevos exponentes de esta música, según Rodolfo César, miembro del comité “Chorreranos unidos para que la cumbia no muera”, por lo que admite que la ejecución de la cumbia ha variado mucho, si se compara con el son y la cadencia del Ñato.
Conjuntos como “El hijo de Chía y su cumbia” liderado por Jovani Hernández, hijo de Chía Ureña; “Los reyes de la cumbia”, de Víctor Hernández y Ana Ureña; “Los herederos de la cumbia” de Marcelino Avilés; y uno integrado por antiguos estudiantes del Instituto Profesional y Técnico de La Chorrera, son los que promueven la cumbia chorrerana.
Ezequiel Cedeño, quien se define como un auténtico bailador de cumbia, opina que los distintos grupos hacen lo posible por apegarse a lo tradicional.
Con plena autoridad, Cedeño comenta que la forma como toca Víctor Hernández y su conjunto, con el canto de Ana Ureña, es la que más se parece a la manera de tocar y de cantar de los ya desaparecidos Ñato Califa y Chía Ureña.
