Tardó mucho el señor contralor en mostrar lo que oculta su careta señorial: su ego y desvirtudes. Se la ha pasado actuando en una obra de teatro creada con limitada imaginación y sus pigmeas grandilocuencias, ejecutando un rol protagónico con la inexperta pasión del aficionado, convencido de que el mundo gira en torno a él. Es decir, menosprecia la inteligencia colectiva y se conduce con la soberbia del que se cree por encima de todos. Pero don ‘Bolo’ Flores no es más que otro de los tantos políticos que jura que nosotros –los que le pagamos su salario– somos los que trabajamos para él, los que le debemos respeto y pleitesía, los estúpidos que no entendemos nada.
Pero entendemos su chabacanería institucional. Veamos un ejemplo. El subcontralor Eli Cabezas Justavino, ¿de dónde salió para ocupar ese cargo? ¿Quién lo recomendó? Cabezas era un desconocido, aunque no en todos los círculos. Fue –o sigue siendo– el contador de la millonaria exfuncionaria de la Contraloría Odila Castillo y de su bufete, Castillo Guardia & Asociados. Castillo contrató la firma de auditores de Cabezas en 2023, justo cuando su bufete se elevó del suelo terrestre a la superficie lunar: de $2 millones en ingresos a $10.8 millones anuales.
Pero eso es solo el principio. La firma en la que es socio Cabezas –Centro de Soluciones Impositivas (CSI-Panamá)– también ha tenido entre sus clientes a una empresa de la que Flores no es ajeno ni un poquito: Central Azucarero de Alanje, S.A. Menciono un hecho reciente: en mayo pasado –con cuatro meses y tres semanas como contralor– a Flores le fue revocado un poder general otorgado por la empresa en julio de 2019. Don ‘Bolo’ no solo era el mandamás –junto con sus hermanos– hasta mayo pasado, sino también presidente de ese ingenio hasta 2024.
Es difícil creer que el sabelotodo de don ‘Bolo’ ignorara que uno de los socios principales de la firma que actuaba en nombre de su empresa en materia impositiva sería, precisamente, su hombre de confianza en la Contraloría. ¿Coincidencia? Juzgue usted. Creo que en esa institución últimamente no hay límites y mucho menos controles. Los funcionarios ignoran deliberadamente el conflicto de interés, como doña Odila, cuya jefa inmediata era, simultáneamente su socia, o el dúo Cabezas-don ‘Bolo’.
Y como no saben nada de límites, andan dando tumbos aquí y allá. Por ejemplo, don ‘Bolo’ advirtió el pasado 4 de septiembre a casi todo el Gobierno que ya estaba bueno de que le llevaran para su refrendo contratos ejecutados hasta la última letra sin que la Contraloría ejerciera el control previo. Es decir, les advertía que estaban violando la Ley y, en consecuencia, no pondría su sagrada rúbrica perfeccionando contrato alguno si estaba parcial o totalmente ejecutado. Lo que no puso en ese papel digital es que él, a su entera y personal discreción, haría excepciones, sin importarle un comino la Ley de Contrataciones Públicas.
Y así, haciendo gala de su soberbia, don ‘Bolo’ estampó su firma en los contratos de Hombres de Blanco, otorgados por el Minsa de forma directa, y seguramente hará lo mismo con los otros tres que están siendo ejecutados sin control previo ni refrendo, abriéndole el camino a esa empresita y a su amigo, el ministro de Salud, para que hagan lo que les dé su real gana, incluyendo, obviamente, pisotear la Ley de Contrataciones Públicas y, ganarse, al mismo tiempo, algo más de $20 millones en solo año y medio.
Entonces, ¿cuánto vale la palabra de don ‘Bolo’? Supongo que vale lo que vale una bola de billar triangular. Y no quiero imaginar por qué a don ‘Bolo’ lo bautizaron así. Si lo buscara en un diccionario, encontraría que hace gala de su apodo, aunque su significado no es para estar orgulloso de ninguna de sus cuatro letras… aunque este mundo está al revés.

