Prevenida ya por el susto de hace ocho días, Coralia Almanza no dudó ayer ni por un instante. Apenas vio que del desagüe frente a su casa empezó a salirse el agua, comenzó a subir colchones, gavetas con ropa, cojines...
“Este año ha sido el acabose. El viernes pasado fue lodo lo que se nos vino encima y mire ahora, otra vez”.
La semana pasada Coralia estaba a punto de cenar con su esposo y sus seis hijos cuando desde afuera escuchó gritos: “¡Se viene el río, se viene el río!”.
Ni ella ni su esposo, Peter Alzate, se creyeron mucho el cuento. Hace ya varios años que viven en Charlotte, en Juan Díaz, y aunque alguna vez sufrieron una inundación, nunca fue tan grave como para preocuparse.
El remolino de agua de la semana pasada no pidió permiso. A su paso arrancó puertas, volteó neveras, desbarató muebles.
Tal vez por todo esto, muchos de los habitantes de Charlotte estaban “conformes” ayer. El agua subió, sí, pero “solo” unos dos pies. Y Carlitos, uno de los niños de Coralia, parece haber encontrado ese lado amable a toda esta calamidad. Desde un rincón húmedo sale con un carrito de policía en mano y, tan contento: “Mira, esto me lo trajo el río”.
