De tradición multipartidista. Partidos, movimientos grandes y otros que caben en un WV. En las últimas décadas, en vísperas del Día D hubo bipolaridad. No acepto malinterpretaciones. Hubo, decía, dos bloques fuertes, mucho voto útil, y un ganador. Esa tendencia se rompió en 2009, cuando emergió la tripolaridad. Una tercera fuerza: el CD, con su líder Martinelli. Arrasó, de forma distinta, a las dos anteriores fuerzas contendientes. A una le pasó tren, y la otra fue asimilada, atragantada, y, después, eructa.
No es un movimiento coyuntural. El CD llegó para quedarse, no obstante sus movimientos heterodoxos y sus escándalos de corrupción al límite, y su desgañitada operación Bebedero, madre de otros futuros bebederos, su exacerbación clientelar y su alta y costosa nota tránsfuga. En la cuerda floja entre la práctica partidista y el delito que nunca será pescado ni condenado, y del cual existe la certeza de impunidad per secula seculorum.
Tiene su voto duro, no sé si del 30% o menos, como lo tiene el PRD y el PP. Son tres fuerzas poderosas, que luchan por cada voto del mercado electoral con miras a los comicios del 4 de mayo próximo. CD y PP compiten en alianzas partidistas, mientras que el PRD se las entiende en solitario.
Esa repartición de votos es entre tres. Otra opción, por la izquierda, está dividida, y no es de cuidado, hasta nuevo aviso.
El electorado se siente cómodo con esas tres ofertas, que pugnan por conquistar, hasta en el berenjenal del Carnaval, la simpatía de los votantes. Aparte de sus votos duros, se columpian aquellos blandos, que vuelan al son del viento, y que, en parte, se camuflan en el denominado voto útil, y que son proclives a la logística del poder partidario en la fecha clave.
Por meses el candidato oficialista gana la mayor simpatía en las encuestas, fenómeno que exacerba el ánimo cedético y su cúpula, donde se afirma está por encima el líder, determina postular a la vicepresidencia de esa nómina a la esposa de ese líder, quien ostenta el cargo de primera dama.
Un sexto sentido indica que la Operación Marta es arriesgada, y en la propaganda de aquellos días se le cercena el apellido de casada, que ha sobrevivido a todos los avatares políticos de los últimos cinco años. Las encuestas empiezan a ofrecer muestras de declive en esa nómina. No cae bien esa postulación en el electorado. Es el factor Marta en acción.
¿Por qué un segmento del electorado no consigue digerir esa postulación? Porque le suena a una reelección disfrazada. Martinelli entregará el poder el primero de julio, pero ese mismo día entrará directamente, si triunfa la candidatura oficialista, a través de su esposa. Que todo cambie para que nada cambie.
La mayoría del electorado había rubricado una repetición del modelo martinellista a través de su delfín, Arias, sin embargo, no le había autorizado que llegase hasta una figura de la que no existe acuerdo aún y que semeja con aferramiento al poder: la reelección. Que goza de muchas antipatías, como puede testimoniarlo el presidente Balladares, cuyo proyecto reeleccionista se le astilló en 1998.
¿Puede recomponerse la nómina oficialista de ese revés o seguirá en picada, como se ha demostrado en las últimas semanas? Las investigaciones más recientes del mercado electoral lo determinarán. Se producirá, como muchos entendidos vaticinan, un fenómeno de polarización, que hay quienes relacionan con la eventualidad de hechos violentos.
Sin mucha demora, el CD no ha perdido su brújula: “desapareció” a la candidata vicepresidencial, y vende, a quien quiera escucharle, que el candidato Arias ejerce sus acciones con independencia... me imagino que de Martinelli.
