El Real de Santa María, un pueblo escondido en el distrito de Pinogana, provincia de Darién, será el final del camino, para aquellos migrantes que no logran superar su dura travesía por el tapón de Darién, entre Colombia y Panamá.
Cruzar esta selva se ha convertido en una suerte de doloroso y obligatorio ritual, resultado de la pobreza y violencia que se vive en sus países y que los lleva a ofrendar sus vidas por el sueño americano, es decir, llegar a Estados Unidos o, en última instancia, encontrar una oportunidad en Canadá o México. No obstante, cuando algo sale mal, aquella extensa franja de jungla se vuelve testigo mudo de ese fatídico último momento: la muerte.
Son las 11:30 a.m. y, en El Real de Santa María, el sol se impone. Esta comunidad está a unas siete horas de la ciudad de Panamá, a orillas del caudaloso río Tuira. Se trata de un lugar en el que, según el censo de pobreza del Ministerio de Economía y Finanzas, al 53% de su población vive en pobreza, es decir, uno de cada dos de sus pobladores; de ese grupo, 22% está en condiciones de extrema pobreza.
Allí, el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses del Ministerio Público, junto al Comité Internacional de la Cruz Roja, habilitó 100 nichos para resguardar los cuerpos de aquellos migrantes que mueren en Darién y que no son identificados o reclamados por sus familiares.
El término correcto o dado por los responsables del proyecto es Módulo de Nichos de Resguardo Humanitario Forense, aunque los habitantes de El Real de Santa María también lo denominan cementerio para migrantes.
Casi a la entrada del pueblo está el cementerio de la comunidad y en ese punto se encontraba el sacerdote Claudio Guerrero, quien hace un año llegó a El Real de Santa María. Dejó su natal Nicaragua y ahora vive una nueva experiencia, en el corazón de Darién.
Guerrero reza un Padre Nuestro y un Ave María, y luego procede a rociar agua bendita a los nichos.
El religioso no es ajeno al drama migratorio. “Una de las cosas que me llamó la atención y me tocó el corazón es que aquellos hermanos migrantes que morían en la selva eran depositados en bolsas plásticas y luego enterrados en fosas comunes, lo cual no era digno para ellos”, puntualizó.
Mientras limpia el sudor de su frente, Guerrero subraya que la realidad de los migrantes es algo que nos afecta a todos y había que dar una respuesta a esta población. De hecho, recordó que inicialmente la comunidad no compartía la idea de traer personas de otros países al cementerio del pueblo, pero con el tiempo fueron cambiando de idea.
Ya en el cementerio de El Real de Santa María se habían llevado a cabo funerales de solemnidad por parte de las autoridades del Instituto de Medicina Legal, en el que se abría una fosa común y se enterraban los cuerpos de migrantes.
Sin embargo, por las propias características húmedas del suelo, a orillas de una de las cuencas hidrográficas más caudalosas del país, como el Tuira, en el área específica de la fosa empezaron a emanar líquidos, cuyos olores molestaban a la comunidad.
Esa fue una de las razones del porqué se pensó mejor en desarrollar un módulo con 100 nichos.
La iniciativa
De acuerdo a la información suministrada por la Cruz Roja Internacional y el Instituto de Medicina Legal, la estructura podrá acoger restos mortales de migrantes cuya identidad no haya podido ser establecida por diversas razones o bien que, a pesar de haber sido identificados, no hayan sido reclamados por sus familiares, ante la imposibilidad de ubicarlos en otros países.
Los nichos también quedan a disposición de la inhumación o entierro de aquellos residentes de El Real de Santa María que, habiendo fallecido y siendo identificados, carezcan de familiares que reclamen sus restos.
En palabras de José Vicente Pachar, director del Instituto de Medicina Legal, además de cumplir con protocolos internacionales en materia de derechos humanos y migración, se está respetando la dignidad de esta población que muere al cruzar el peligroso tapón del Darién.
“Esto es un avance, porque nos permite tener en una sola unidad los nichos debidamente identificados, de tal manera que en un momento dado los familiares puedan reclamar los restos de sus seres queridos. Para eso nosotros también contaremos con una base de datos de cada migrante que falleció”, contó el especialista.
Sobre por qué se escogió a El Real de Santa María para la construcción del módulo humanitario, Pachar detalló que fue la única comunidad que decidió cooperar con el proyecto. Además, allí está una de las morgues judiciales de Darién.
“No es fácil que una comunidad panameña acepte un proyecto así, para no panameños”, explicó.
En los últimos dos años, el Instituto de Medicina Legal ha tenido que llevar a cabo funerales de solemnidad para enterrar los cuerpos de 112 personas migrantes: 50 que fallecieron en 2021 y 62 en 2022.
En los primeros tres meses de 2023, murieron en Darién seis migrantes y otros 39 perdieron la vida el pasado mes de febrero en el accidente del autobús 5B-54, en Los Planes, distrito de Gualaca, provincia de Chiriquí, cuando eran trasladados a un albergue.
Así resume Pachar esta crisis humanitaria en Darién: “Debemos prepararnos este año porque la situación se agudiza. Panamá es puente del mundo, pero también se ha vuelto puente para el migrante y puente para la tragedia. Detrás de cada migrante muerto hay una familia”.
El fenómeno
El día avanza en El Real de Santa María y el calor no da tregua.
Marisela Silva Chau, jefa de la Delegación Regional del Comité Internacional de la Cruz Roja para Panamá y el Caribe, otra de las organizaciones con presencia en la apartada provincia de Darién, señala que el proyecto del módulo surge de la necesidad de preservar en condiciones “dignas” los restos de los migrantes.
Precisamente, fue el Comité Internacional de la Cruz Roja quien costeó los nichos, mientras que el Municipio de Pinogana suministró el terreno.
A juicio de Silva Chau, antes del 2021, Darién registraba un aproximado de 10 mil caminantes por año, pero en 2022 fueron 248 mil, con lo cual la tendencia es clara.
“Son personas que dejan sus países por diversos factores. Toda esta ruta genera una serie de preocupaciones de protección y eso es para el Comité de la Cruz Roja necesario de abordar”, dijo.
Según José Quintana, representante de El Real de Santa María, sí hubo cierto rechazo del proyecto en un principio, pero se hizo docencia en la comunidad.
“Al inicio, el pueblo desconocía el valor de un proyecto como este. Aquí se habían enterrado migrantes en fosas comunes, pero se requería una mejor estructura”, sostuvo el líder del pueblo habitado por alrededor de 2 mil 600 personas.
Uno de los habitantes de El Real de Santa María, Teófilo Calvo, se metió en la piel del migrante.
“Yo soy de Herrera, pero a los 20 años me viene para esta comunidad. Ahora tengo 78 años, pero en ese momento me tocó migrar”, manifestó.
La brisa sopla como muy pocas veces en El Real de Santa María y mueve el sombrero de Calvo. El adulto mayor reflexiona sobre lo que él piensa de la migración. “Mire usted amigo, lo que sucedió al principio era que el pueblo tenía miedo, pero al final nos dimos cuenta de que eso no tiene nada de malo. Aquí todos somos iguales, sin importar de qué país seas. Si usted se pica [se corta] un brazo, la sangre es la misma, ya sea de piel blanca o negra”, manifestó.
El hombre se retira y se pierde entre el caserío del lejano pueblo, que en su plaza central custodia un antiguo cañón de la época colonial y cuyo orgullo es que fue fundado en 1510, uno de los primeros asentamientos en América. Ahora, también El Real de Santa María decidió abrirse al tema de la migración, al resguardar los restos de aquellos caminantes que perecieron en su andar detrás del sueño americano.
