En los reportes sanitarios y comunicados oficiales sobre la influenza A(H3N2) aparecen con frecuencia términos como clado, subclado, cepa o variante. Para el público general, estas palabras suelen generar confusión. Para los científicos, en cambio, son claves para entender cómo evoluciona el virus, cómo se comporta y qué tan rápido puede propagarse.
La influenza no es un virus único ni estático. Existen cuatro tipos principales —A, B, C y D—, pero son los tipos A y B los responsables de las epidemias estacionales. Dentro del tipo A se agrupan distintos subtipos, como el A(H3N2), identificado por dos proteínas presentes en su superficie: la hemaglutinina (H) y la neuraminidasa (N). Estas proteínas no solo le dan nombre al virus, sino que influyen directamente en su capacidad de infectar y transmitirse entre las personas.
Desde la epidemiología, Jean Paul Carrera, presidente de la Sociedad de Epidemiología y director del Centro Carson de Investigación en Salud y Ecosistemas, advirtió que estos términos no deben interpretarse como señales de alarma. “Cuando se habla de clados, subclados, cepas o variantes, no se trata de conceptos intercambiables ni de indicios de que el virus sea más peligroso”, aclaró.
Un clado agrupa virus que comparten un ancestro común, es decir, que pertenecen a una misma línea evolutiva. A medida que el virus se replica y acumula cambios genéticos, ese clado puede dividirse en grupos más pequeños y específicos: los subclados, que reúnen virus con un parentesco genético más cercano entre sí.
La cepa, en cambio, es una versión concreta del virus: el aislamiento obtenido directamente de un paciente. Cada cepa representa una “fotografía” del virus en un momento determinado y sirve como base para los análisis genéticos y epidemiológicos que realizan los laboratorios.
Una variante es una cepa que presenta algunos cambios genéticos respecto a otras, aunque no los suficientes como para definir un nuevo clado o subclado. “Las variantes forman parte de la evolución natural del virus”, explicó Carrera. “No implican necesariamente un mayor riesgo, pero permiten evaluar si el virus se está adaptando mejor o si está circulando con mayor eficiencia”.
Estas clasificaciones son herramientas esenciales para la vigilancia epidemiológica. Gracias a ellas, los científicos pueden seguir la trayectoria del virus en el tiempo y el espacio, comparar lo que ocurre en distintos países y detectar si un grupo viral se propaga con mayor rapidez de lo esperado. En el caso de la influenza A(H3N2), este seguimiento resulta clave para evaluar su impacto durante cada temporada y para orientar la formulación de las vacunas.
Carrera subrayó que la aparición de un subclado no significa que el virus sea más agresivo ni que cause cuadros más graves. En muchos casos, lo que cambia es su transmisibilidad, es decir, la facilidad con la que pasa de una persona a otra. “Un virus puede no ser más severo, pero sí infectar a más personas en menos tiempo”, subrayó
De ahí la importancia de comunicar estos hallazgos con precisión y sin alarmismo. “Estos conceptos funcionan como un mapa para los científicos. Nos ayudan a saber cómo se mueve el virus, qué tan rápido se propaga y si mantiene un comportamiento similar al de temporadas anteriores”, señaló.
En contextos de alta interacción social —como celebraciones, regreso a clases o eventos masivos—, comprender estas categorías permite dimensionar mejor el riesgo.
La influenza A(H3N2) no necesita transformarse de manera drástica para generar brotes: basta con pequeñas variaciones genéticas que le permitan aprovechar mejor las condiciones del entorno.
La vigilancia de clados, subclados, cepas y variantes es, en esencia, una herramienta de anticipación. Permite a las autoridades sanitarias reforzar mensajes de prevención, ajustar estrategias de vacunación y preparar los servicios de salud ante posibles aumentos de casos. Para la población, el mensaje sigue siendo claro: más allá de los nombres técnicos, la prevención básica continúa siendo la principal defensa frente a la influenza.


