La noche húmeda de este jueves 20 de octubre era diferente en el hotel Discovery, en el corregimiento de Calidonia, distrito de Panamá. Una gran algarabía se escuchaba en la puerta que da acceso al lobby mientras otro grupo de personas rodeaba el edificio de siete pisos, intercambiando información y comentando las últimas novedades. La escena visible, tanto el lenguaje corporal como los diálogos, dejaba en evidencia la incertidumbre en la que estaban sumidas.
Había unas 150 personas, principalmente migrantes colombianos y venezolanos, que retornaban a la ciudad de Panamá después de conocer que Estados Unidos y México implementaron medidas conjuntas para reducir la cantidad de caminantes que llegan a sus fronteras. Venían de Nicaragua y Costa Rica, desandando sus pasos, cabizbajos, decepcionados.
La nueva medida establece que solo podrán ingresar aquellos que cuenten con un “patrocinador” en Estados Unidos, que les brinde respaldo financiero y de otro tipo. Igualmente, deberán superar procesos de control y evaluación de tipo biométrico y de seguridad nacional (biográfico).
En el otro extremo, es decir, que no podrán entrar, están aquellos que han sido expulsados de Estados Unidos o que han ingresado de forma irregular a México o Panamá luego de la fecha del anuncio de la nueva medida, que entró en vigencia el pasado 12 de octubre.
La travesía
La noticia del acuerdo entre Estados Unidos y México acabó con el sueño de Gustavo Rodríguez, un venezolano de 39 años de edad, que se enteró de la nueva regulación mientras se encontraba en Nicaragua. Rodríguez partió de Venezuela, pasó por Colombia y navegó ocho horas para arribar a aguas nicaragüenses.
“El sueño americano se terminó para mí. Volveré a Venezuela y veré qué hago, aunque lo más importante en estos momentos es conseguir un vuelo”, narró Rodríguez, quien agregó que prefirió viajar a Panamá, ya que en Costa Rica están más caros los pasajes de avión a su país: el pasaje de Costa Rica a Venezuela le costaría casi $800, pero si viaja desde Panamá lo puede comprar en unos $300. Este migrante venezolano se lleva las manos a la cabeza y dice: “prefiero estar libre acá o en Venezuela, que en una cárcel en Guatemala o México”. Rodríguez se despide y se pierde entre el tumulto.
A diferencia de Rodríguez, que navegó por el Caribe, Grégory Aralqui, otro venezolano, prefirió la peligrosa ruta del tapón de Darién. “Es algo muy horrible”, reconoció.
Aralqui indica que su grupo le pagó $300 a un guía para que los llevara hasta la frontera entre Panamá y Colombia.
“La experiencia de cruzar la frontera es algo terrible. Tardamos cuatro días, con ríos crecidos debido a las lluvias y la presencia de los grupos criminales”, recordó.
Una vez cruzó Darién, llegó a Costa Rica, donde recibió la noticia de que ya no podía ingresar a Estados Unidos. Su plan inmediato es retornar a Venezuela y usar otros mecanismos para migrar, porque la experiencia de Darién lo marcó para toda la vida. “Ahora sólo quiero volver y abrazar a mi esposa y mi hija”, indica el migrante, y acto seguido recurre a una frazada para cubrirse del frío que a esa hora de la noche hacía en Calidonia.
La pesadilla
El día estaba por concluir y en el hotel Bella Vista, también en Calidonia, Carlos Manuel Choy se tomaba un café mientras llovía. Su viaje por Darién también le dejó varias marcas emocionales, que perdurarán debido a que le tocó presenciar varias muertes. “Una persona nos dijo que no podía más y se echó a morir dentro del pantano. Nos encontramos un cráneo y a un niño de cinco años se lo llevó el río. Para mí es una ruta de muerte”, comentó a La Prensa.
Choy detalló que partió de Darién hasta la ciudad de Panamá con la esperanza de que, durante ese breve trayecto, Estados Unidos cambiara su decisión, pero no fue así. “Me gasté $1,800 junto a un compañero, por nada. Fue un viaje cruel y nunca lo volvería a hacer. Tú entras a Darién y no sabes si saldrás. Allí la vida no vale nada”, reflexionó.
Durante un recorrido que llevó a cabo este medio la noche del 20 de octubre de 2022, se pudo observar una población estimada de 300 migrantes, aunque se esperaba que siguieran llegando personas procedentes de Costa Rica, Nicaragua o Guatemala.
Además, hay otro grupo de migrantes que pernocta en la terminal de transporte de Albrook. Esta información la confirmó Leydi Durán, quien forma parte de la iglesia Mires Panamá. La organización religiosa, durante los últimos días, ha estado brindando apoyo a esta población de migrantes, proveyéndoles alimentos, ropa y otros suministros básicos.
“Pedimos un apoyo y hacemos un llamado a los panameños, ya que mientras más aportamos se llegará a más personas. Hoy repartimos 305 arepas y todas se acabaron”, subrayó Durán.
Durán, junto a otros voluntarios de Mires, entregaban emparedados, agua y jugos. Las frutas, como guineos y manzanas, las partían en dos para que rindieran más. Para ayudar a los voluntarios se puede llamar al teléfono móvil 6601-3939.
Regreso voluntario
El ministro de Gobierno, Roger Tejada, se refirió este viernes 21 de octubre al tema. Señaló que están haciendo las evaluaciones y que el 80% de los venezolanos que se dirigía a Estados Unidos está retornando a su país de origen, con tránsito por Panamá.
“Hay vuelos voluntarios [a Venezuela] que se han coordinado con el Servicio Nacional de Migración”, precisó Tejada, quien agregó que hay entre 2 mil y 4 mil migrantes en el país, algunos entrando por Darién y otros que retornan desde la frontera con Costa Rica.
De hecho, uno de los migrantes entrevistados por La Prensa la noche del jueves informó que ayer viernes partía en un vuelo a Venezuela, el cual salía en la tarde desde el aeropuerto de Tocumen. Pagó $280 por el pasaje. No todos pueden costearlo.
Mientras abordaba el avión, dejó un mensaje final: “muchas gracias por la entrevista. Ya estoy regresando a mi país. El sueño de una vida mejor terminó y ahora toca comenzar de cero en Venezuela. Adiós”.
