“Bienvenidos a Colón”, así me dijo un señor luego de una conversación muy casual en una banca de la avenida central de la siempre acogedora Colón.
Me reconoció por la camisa con el logo de La Prensa y, sin titubeos, lo primero que mencionó fue la apremiante necesidad de más plazas de estacionamiento en la ciudad.
Hoy Colón batalla por levantar su economía local. Sin tanto turismo como se pudiera, con muchas personas que ahora toman bus o carro para llegar al centro. Incluso algunos pasaban un mal rato al ver que a sus autos le ponían los conocidos “chicle” por estar mal estacionados. Le pregunté al hombre de unos 45 años si había más comentarios y me dijo que ese por el momento.
Se marchó. Acto seguido el tiempo se detuvo en mi cabeza. Me encontraba sentado en una banca y mi imaginación viajó en el tiempo sobre una ciudad que tiene mucho más que sus 152 años de fundación.
Viajar a Colón siempre resulta una experiencia enriquecedora, y esta ocasión no fue la excepción.
Mi objetivo era escuchar a diversos actores sociales sobre la situación actual de la ciudad, una urbe que en sus tiempos de gloria fue conocida como la “Tacita de Oro”.
Al llegar, me encontré con una ciudad sorprendentemente limpia. Al preguntar por esta notable transformación, me informaron que se debe a un esfuerzo titánico entre la alcaldía y la empresa de recolección de basura. Sin embargo, me advirtieron que el trabajo está lejos de concluir; aún faltan dos semanas para completar la limpieza de toda la ciudad.
Los sentidos se avivan al recorrer las calles de Colón: el tentador aroma de una panadería local, el hipnótico sonido del banjo acompañado por la voz melodiosa de Víctor Sinclair y el suave movimiento de los árboles impulsado por la brisa caribeña. Todo esto se mezcla para crear una sinfonía que cautiva a cualquier visitante.

Colón mira al futuro inmediato con optimismo. El plan municipal incluye recibir turistas cuando la temporada de cruceros comience en la primera semana de octubre. Este ambicioso proyecto busca concentrar a artistas, músicos, emprendedores y más, con el fin de que cada viajero pueda disfrutar de las 16 calles y se lleve una experiencia inolvidable. Hasta uno como ciudadano panameño debería verse motivado a asistir y que no sea un asunto exclusivo del viajero que recorre el Mar Caribe en un inmenso crucero. La esperanza y el entusiasmo son palpables entre los colonenses.
La gentileza y la calidez de los habitantes se hicieron evidentes en cada interacción. A mí y a mis compañeros nos trataron con una hospitalidad desbordante, incluso nos pidieron que volviéramos con mayor frecuencia. Este espíritu acogedor es, sin duda, uno de los mayores tesoros de Colón.
Los colonenses tienen la esperanza de que la situación económica mejore, que se abran más plazas de trabajo y que lleguen días mejores. Este anhelo trasciende las barreras políticas; independientemente de quién esté en el poder, la comunidad clama por un cambio positivo.
La mañana fue un deleite para los sentidos. Les recomendé a Richard y Alexander que lo primero fuera encontrarnos con la costa. Las olas del mar brindan un espectáculo relajante en el paseo marino. Estaba nublado y dada la hora prácticamente no había personas en los 50 metros a la redonda. Solo un hombre pasó trotando.

Avanzada la mañana fue turno del Mercado Municipal. Alex me dijo que la esencia de los pueblos siempre la podrás encontrar en sus mercados locales. Las vicisitudes son varias pero la esperanza también yace en personas que no se quedan en las excusas y dedican hasta 12 horas del día a su labor. Hay colonenses, colombianos, nicaragüenses, salvadoreños y panameños con antecedentes asiáticos.

Luego fue el turno de ir por la comida. Primero el almuerzo y luego los pastelitos tan deseados y únicos. El restaurante escogido es especialista en comida del mar, y aquí en este lugar singular halle el nombre a esta crónica: Pensamiento de pargo con arroz con coco.
Por la tarde, tuve el privilegio de conversar con entrenadores como Javier Miller y Florencio Aguilar. Ambos compartieron sus inquietudes y aspiraciones, reflejando el fervor y la pasión que Colón tiene por el deporte. La ciudad espera con ansias la entrega del Roberto Mariano Bula, tras siete años de espera, y la renovación del estadio Armando Dely Valdés en Arcoíris.
El tiempo en Colón pasó volando y dejó en mí un deseo insaciable de volver. En mi próxima visita, anhelo conocer el futuro hospital de Colón, cuya inauguración podría coincidir con la conmemoración del 5 de noviembre, el día en que, hace casi 121 años, se celebró la separación de Colombia. Este nuevo hospital promete ser un símbolo de progreso y esperanza para toda la comunidad.






















