El síndrome de Pinocho o la ficción en la literatura

El síndrome de Pinocho o la ficción en la literatura
El síndrome de Pinocho o la ficción en la literatura.

Epiménides fue un poeta y filósofo griego que vivió en el siglo VI antes de Cristo, 200 años antes de Platón y Aristóteles, a quien se le atribuye la denominada -Paradoja del mentiroso- cuando dijo que -todos los cretenses mentían-. Puesto que Epiménides es cretense, la paradoja consiste en que, de ser cierta tal afirmación, él se vería obligado a incluirse como mentiroso en esa temeraria calificación.

En nuestros tiempos de posmodernidad, cada vez que escucho a un político criollo, afirmar con absoluta convicción que -los demás políticos son unos corruptos y mentirosos-, sonrío recordando a Epiménides.

No obstante, lo delicado de incurrir en paradojas como ésta, radica en que casi sin darnos cuenta, podemos estar pasando de la paradoja a la apología de la mentira, al pretender convertir la mentira en un valor. Esta lógica del absurdo, se practica cada vez con más frecuencia en los tiempos de inmediatez y frivolidad que vivimos, incluso en el campo de la literatura, es muy común escuchar, a jóvenes escritores vanguardistas, y también a algunos ya consagrados, sostener el argumento de que: -la mentira (ficción) es el único camino idóneo que debe utilizar el escritor que se precie de serlo, para encontrar la verdad y trascender en la escritura moderna.- Algunos más osados se atreven a sentenciar lapidariamente que -sin no somos capaces de mentir, no podemos escribir-.

Confieso que, como escritor, no comparto para nada este criterio. La ficción tiene un valor sí, pero solo como recurso o herramienta útil a la hora de escribir literatura; toda vez que funciona como una “bisagra” permitiendo adecuar las vivencias y experiencias propias de nuestro entorno presente o pasado, a una realidad contemporánea. Nos da licencia para meternos a fondo de manera coherente y verosímil, sin agotar esfuerzos ni quedarnos rezagados en la superficie de la realidad limitante que nos proporciona la historia y los hechos, al evaluar el comportamiento de la humanidad. De ningún modo, lo imaginado, o los elementos de estricta ficción en una obra, pueden constituir su esencia o el peso fundamental y trascendente de la trama de una obra. Por ende, no se puede abusar de la ficción. A los escritores solo nos está permitido -iluminar lo subjetivo, no inventar lo objetivo-.

Se debe tener claro, no obstante, que escribir literatura, no es transferir la realidad tal cual. De esto se encarga la Historia. De lo que se trata en cambio, es de no magnificar el -recurso de la ficción -como si de la quinta esencia de la literatura se tratara.

A propósito del tema, la Real Academia de la Lengua define la mentira como -una expresión o manifestación contraria a la verdad. El hecho de comunicar mentiras se llama mentir. Las mentiras solo sirven para fingir, engañar, persuadir o evitar encontrar la verdad-. Por lo tanto, considero que, muy poco mérito tendría la literatura para la humanidad, si a la hora de escribir, los que practicamos este oficio, nos enorgullecemos de ser -mentirosos profesionales-

Se entiende en consecuencia, que, debido a ello, históricamente, los escritores, los artistas y especialmente muchos libros de literatura, han sido perseguidos e incluso llevados a la hoguera, por el peligro que representa para muchos, el pretender iluminar a los lectores con el camino de la verdad. Si fuera por mentir y hacer alarde de inventiva e imaginación creativa solo para entretener, nada de eso habría ocurrido.

Por suerte para todos, los principios y valores de la humanidad son inmutables; por tanto, pese a la discutible y creciente valoración del -Síndrome de Pinocho-, o sea, la contradicción entre la subjetividad y la racionalidad, y la sobrevaloración de la mentira y los esfuerzos por cambiar su estatus; la verdad no es prescindible, y de seguro, la buena literatura seguirá poniendo en alto este valor, y no habrá necesidad, a futuro, de recurrir al pentotal sódico, cómo único recurso para obtener la verdad.

Finalmente, sobre el tema, recuerdo una muy interesante entrevista que le hicieron a García Márquez -nada más y nada menos que al creador del denominado Realismo Mágico- la cual, por fortuna, -hoy podemos repasar acudiendo al internet-, en donde le preguntaron, al constatarse que en Colombia no existía ningún pueblo llamado Macondo: -¿El pueblo donde se desarrolla la trama, es producto también de su inventiva e imaginación tan prodigiosa?- Con una sonrisa en los labios, García Márquez contestó: -Para nada. Macondo si existe, se llama Aracataca y es el pueblo donde nací y crecí. Macondo es el nombre que decidí ponerle y Cien años de soledad es la historia de mi vida-.

El autor es escritor y pintor.


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