Un 26 de diciembre tomé rumbo a Europa para pasar las fiestas de la temporada con los familiares de un amigo.
Empecé la travesía viajando a México y de ahí a Londres, donde estuve tres días, y el 30 de diciembre subí a otro avión para llegar a Napoli, Italia, como primera etapa, pues la familia vivía en Aversa, un pueblito a una hora de Napoli.
De Londres a Napoli en una hora de viaje, lo hice con una aerolínea europea cuyo boleto me costó unos 40 dólares, y el motivo del recuerdo es que al aterrizar los pasajeros aplaudieron. Mi amigo Antonio Espósito, avergonzado me dijo: “Solo los napolitanos somos así de escandalosos”. Por mis adentros me reía, me sentí como pez en el agua.
Napoli es la ciudad más pobre de Italia, pero la que tiene el clima más agradable en esa época del año. Mientras que en Londres llovía a cántaros y sufría de un frío terrible, en Napoli vivimos a 20 o 25 grados C, era como estar viviendo con un aire acondicionado bien fuerte.
Con la idea de conocer, decidimos llegar a casa, saludar a la familia y regresar a Napoli para cumplir con la agenda turística. Paseamos por las callecitas del pueblo y comí chocolates artesanales, y pude haber continuado la fiesta de no ser porque me recordó que me esperaba una comilona.
Como parte del ritual del día, entré a una tienda muy popular para comprar mi ropa interior en rojo para la víspera de Año Nuevo.
Caminamos por el malecón y nuestro escenario principal era el Vesubio, imponente. Nos sentamos en una banca de un parque frente al malecón y después recorrimos los quioscos que ofrecen a los visitantes un café italiano fuertísimo en una tacita que parecía de juguete. No le ponen azúcar, pero venden dulces para amortiguar el golpe.
Para quien viaja en esta época de pleno invierno, el peso y las maletas es una agonía. Recomiendo ropa interior ideal para bajas temperaturas, pues de nada sirve llevar tres maletas con bufandas y ropa de invierno bonita si hace mucho frío y ni piensas en quitarte el abrigo grueso.
Eso sí, el Año Nuevo fue espectacular por lo diferente en ritos y comida. Luego de dar vueltas todo el día por Napoli volvimos a Aversa para vestirnos para la noche. A las 8:30 p.m. llegamos a casa de un tío de Antonio y entramos a la cocina, donde esperaba la mesa de 24 puestos. ¡Increíble!
En esta escena familiar todos los hombres se mantuvieron sentados mientras sus mujeres estaban atareadas en la cocina. Cada esposa (eran unos ocho matrimonios) regaló a la mesa de 2 a 3 platillos. Me explicaron que cada una ponía su mejor plato, así probé como entrada un buen pedazo de lasaña y para el plato fuerte delicias de carne con verduras. Una experta cocinera del grupo familiar puso el plato tradicional de la época: el bacalao. Delicioso.
Ese último día del año los italianos no almuerzan mucho, saben que en la noche les espera una larga cena, y por ello comen una ligera pizza cuadrada sazonada solo con salsa de tomate.
Estuvimos cenando unas tres horas y cuando todo terminó nos trasladamos a ver la televisión, pues cada canal nacional transmite una gala con artistas en espera del conteo de fin de año.
A las 12:00 medianoche la tradición impone comer panetone, la versión italiana del dulce de frutas, y me entregaron mi plato de lentejas, en mi caso solo una cucharada, para ser más prósperos en el nuevo año.
Definitivamente el encuentro con la familia y los amigos, reunidos alrededor de ricas viandas, sintoniza con la alegría y buen espíritu para recibir un nuevo año.

