Siempre deslumbraba de niño cuando la veía en alguna película o serie de televisión. No siempre eran grandes emisiones, pero igual me impactaba siempre que me la cruzaba en alguna pantalla.
Por ello, cuando apareció la oportunidad de estar a pocos kilómetros de la Gran Muralla China durante una gira de prensa organizada por una empresa tecnológica, un grupo de periodistas centroamericanos no dudamos en ajustar la ya cerrada agenda para, por lo menos, pisar por unos minutos esos bloques de piedra que tanta historia de la humanidad guardan.
El punto elegido para el paseo fue la sección de Mutianyu, ubicada a 90 minutos del centro de Beijing. Se encuentra en el distrito de Huariou, que también forma parte de la ciudad. Es una especie de zona turística donde los capitalinos suelen escapar del ajetreado caos citadino a esta zona de campo, que cuenta con muchos restaurantes y haciendas para hacer actividades de campo.
En nuestro caso, llegamos desde el centro de Beijing en un autobús privado. Sin embargo, la página Chinadiscovery.com recomienda que los turistas pueden tomar un tren desde la ciudad hasta la estación de Huairou y de ahí un taxi o un autobús público.
La sección de Mutianyu, de un poco más de un kilómetro y medio de largo, fue construida en el siglo VI y reconstruida mil años después por la dinastía Ming.

La llegada
Los vehículos que te llevan a Mutianyu pueden estacionarse a las faldas de la montaña, y a partir de ahí se inicia una breve caminata hasta la estación de teleférico. Se deben comprar las entradas con anticipación, ya que no se venden en el sitio. Un paquete que incluye la entrada al parque y el acceso ida y vuelta en el teleférico cuesta alrededor de $28.
También se puede subir caminando: son al menos 60 minutos a pie, dependiendo de las condiciones físicas de la persona, en una caminata atractiva para quienes disfrutan del senderismo. Grandes árboles y el sonido de muchas aves acompañan a los que se atreven a realizar esta travesía.
Pero nosotros, por tiempo y energía, tomamos el teleférico, con vistas panorámicas increíbles a lo largo de un trayecto corto: montañas verdes y, en su altura, una majestuosa muralla que se asoma y luego se pierde en el infinito.

En la tarde de nuestra visita el clima era ideal. El sol inclemente que nos acompañó en nuestra visita a la Ciudad Prohibida, crónica que relataremos otro día, amainó para el momento en el que pisamos la Gran Muralla.
Una vez allí nuestras conversaciones se pausaron las risas y los comentarios se transformaron en un silencio donde solamente se escuchaba el sonido de unos cuervos y otras aves cuyo canto no pudimos identificar. Una leve brisa que refrescaba y las nubes que tapaban el sol, pero que no eran el preámbulo de una lluvia, completaban el ambiente que nos daba la bienvenida a un paseo que seguramente estará en nuestra memoria para siempre.
Caminando la muralla
La Gran Muralla China es una antigua fortificación construida a lo largo de la frontera norte de China para protegerse contra invasiones y ataques de diversos pueblos nómadas y militares. Su construcción comenzó en el siglo III a.C. durante la dinastía Qin y se continuó en distintas etapas hasta la dinastía Ming (1368-1644). La muralla se extiende aproximadamente 21,196 kilómetros, atravesando montañas, desiertos y llanuras.
La sección de Mutianyu, específicamente, tiene 23 torres de vigilancia y es una de las más atractivas para los turistas por su cuidadosa restauración. El teleférico deja a sus visitantes a un costado de la torre 14.

Al llegar, lo primero que notamos fueron los escalones, todos desnivelados y con alturas distintas. El guía que nos acompañó nos explicaba que esto no era casual, sino más bien era una forma de defensa contra los invasores, ya que ralentizaban el movimiento en caso de una invasión.
Entrar a una torre era como una especie de portal: desde ahí no es difícil imaginar las antiguas tropas y el día a día de vivir en esos estrechos pasillos. También, explicaba la guía, las torres servían como mecanismos de comunicación, ya que en sus techos podían encender grandes llamas para avisar durante invasiones.
Los lugares para tomarse una foto son infinitos, ya sea el acostumbrado selfie o una panorámica de la muralla. Cada rincón tiene su magia y su historia que contar. El día de nuestra visita, a pesar de ser un sábado, no había una gran cantidad de turistas y era fácil contemplar y caminar por las distintas zonas.

Como sitio turístico puede ser visitado por toda la familia. En nuestro viaje nos encontramos con varios adultos mayores, quienes con sus respectivos cuidados caminaban por las distintas torres. También familias con niños, cuyos padres intentaban explicar a sus hijos la importancia del sitio que estaban visitando.
Antes de irnos nos tomamos unos minutos para disfrutar del silencio. Para quienes nos gusta tener nuestros momentos de desconexión, el hecho de poder enfocar nuestra mente y comprender dónde estábamos y concentrar nuestros sentidos en cada uno de los sonidos que estaban en el ambiente era muy placentero. Termina siendo el mejor de los recuerdos de esta experiencia, un instante para comprender la capacidad de creación humana, que sin duda fue una labor titánica, pero que también tuvo un inmenso costo en vidas.

