Empiezan con los pies plantados en la tierra, pero la mirada atenta en el cielo. Los spotters, conocidos como “davistadores” e aeronaves, se convierten en los cazadores perfectos de instantes aéreos.
La devoción por la aviación los impulsa a navegar entre pistas y terminales, para capturar la majestuosidad de las aeronaves que surcan los cielos, cargados del equipo necesario para alcanzar un objetivo a varias millas de distancia: cámaras de alta resolución y lentes especiales.
Estudian las proyecciones meteorológicas y ciencias de la aeronáutica. Conocen cientos de aplicaciones y cada rincón de estos dragones mecánicos que capturan. Suelen estar en Tocumen, al costado de una pista para registrarlo todo.
Pablo Merel y Felipe Escalona son algunos de estos spotters, cazadores de aviones de Panamá y tienen un solo objetivo: captar el aterrizaje perfecto o el despegue soñado de los aviones.
El ritual de cazar un avión
Es la 1:00 de la tarde de un domingo de verano. En las próximas seis horas partirán y aterrizarán en el aeropuerto de Tocumen más de 100 vuelos. Una parte de los 400 que suelen operar en 24 horas en esa terminal aérea.
Pablo y Felipe llegaron hace dos horas. Desde temprano se prepararon con varias baterías y memorias extras para proceder con el ritual de la fotografía aérea. No van solos, otros 23 cazadores los acompañan.
Ahora miran las aplicaciones que rastrean los vuelos. No quieren perderse al Boeing 777 de Turkish Airlines que llegará justo antes de que el sol se oculte.
“Es un espectáculo ver aterrizar el triple 7 de Turkish”, exclama Pablo -estudiante de piloto, 21 años, y vestido de negro- parado al borde de la calle T, la vía principal entre la pista 03R, donde despegan y aterrizan aviones, y la calle L, donde esperan turno para despegar. Muy cerca, sobre el asfalto, Felipe está en lo suyo y ni lo escucha. Cada spotter se ubica en el mejor ángulo que puede para tener la mejor vista.
Reaccionan cuando suenan los radiotransmisores que anuncian la llegada del Copa Cargo, un 737 que transporta mercancía. Llega de Caracas. Pablo lo mira, toma la cámara, abre el lente, acomoda el ISO y apunta al avión con efecto panning, que debería lograr captar con nitidez el avión sobre un fondo barrido. Pero no lo consigue.
-Hacer spotting es una prueba constante de ensayo y error-dice Pablo, sin una pizca de desánimo. Tendrá más oportunidades.
Felipe, un abogado de 39 años que desde los 14 años hizo del spotting un estilo de vida, busca el punto exacto que le permita llevarse la próxima toma. En el horizonte, ve un punto blanco en movimiento que a esta distancia parece una aeronave pequeña, pero trae 174 pasajeros además de la tripulación: es un MAX 9 de Copa. Felipe dispara otra vez hacia el objetivo, clic clic clic.
-Viene un 737 de United -interrumpe Pablo.
Todos corren de nuevo. Uno de ellos es Raúl Sanjur, que además de spotter es instructor de piloto y técnico aeronáutico. Un auténtico Iron Man de la aviación. Ha encontrado su punto focal, en la mitad de la calle allí tiene la visibilidad perfecta. Una línea amarilla lo guía.
Felipe, Pablo y Raúl bailan al ritmo que marcan los aviones, que pasan dejando una estela con los motores encendidos. Sus ojos brillan como los de niños en un parque de diversiones.
-¡Perfecto! -celebra Raúl, mientras gira hacia Felipe y le extiende una mano para chocarla, tras lograr la foto del aterrizaje perfecto.
El momento de touchdown es uno de los más esperados. Cuando las ruedas hacen contacto con la pista y algunos viajeros sienten la necesidad de aplaudir la hazaña de la ingeniería aeronáutica y la destreza del piloto, es la oportunidad para la imagen de película: el fotograma que se transforma en movimiento.
La pasión por la aviación de estos cazadores -y cazadoras, porque también hay mujeres, como Mollie Caravaca (33 años)-, transforma la fotografía aeronáutica en un arte y, en algunos casos, en un trampolín para dedicarse a una carrera afín con la industria.
Fue el caso de Raúl, de Mollie -es tripulante de cabina- y de Pablo, que estudia para ser piloto aviador y un día será el protagonista de la foto y no solo un espectador.
Datos de los 'spotters'
Dónde hacer spotting: Los spotters recomiendan la rotonda frente a la terminal 1 del Aeropuerto Internacional de Tocumen, que está justo en el umbral de la pista central izquierda. También la salida del Corredor Sur, donde está el parque industrial y en la Texaco de La Siesta.
Lo que debe tener en cuenta: Para hacer spotting es necesario mantenerse fuera del área restringida de los aeropuertos. Y en caso de que se permita el ingreso a la terminal previa autorización, se debe estar atentos a las instrucciones de las autoridades de las terminales.
Cómo informarse: En Flightradar24 y otras aplicaciones los spotters rastrean en tiempo real la trayectoria y los vuelos. Muchos se programan para ver los aviones de su preferencia al ver la programación de los vuelos con anticipación. También tienen la cuenta de instagram @asociacionspotterspanama donde esperan colocar información de eventos.
La hermandad
En Panamá los spotters se conocieron en las pistas hace más de siete años. La primera vez que pisaron una, no podían creer que hubiese tantas personas como ellos: locas por capturar aviones en vuelo. Fue en 2016. Años después en 2020 entre espera y recomendaciones, unos 10 spotters decidieron formalizar la Asociación Panameña de Fotógrafos Aeronáuticos.
-Queríamos vernos más seguido, intercambiar más conocimiento, experiencia, técnicas fotográficas y además organizar eventos como los spotting day -dice Joseph Eduardo Araúz González (31 años), un científico del Gorgas, que cambia durante el spotting el microscopio y el laboratorio, por la cámara para transformar el aeropuerto en su sala de experimentación.
Formalmente, la asociación quedó registrada el 7 de diciembre de 2020. Desde entonces, intercambian, aprenden, organizan días abiertos en Tocumen para el avistamiento de aeronaves y otras terminales del país para los fotógrafos aeronáuticos.

En esos encuentros, hablan de cosas como el go around -la aproximación frustrada en la que la aeronave no logra aterrizar y vuelve al aire para intentarlo de nuevo-, o los futuros itinerarios de algunos de los 143,034 aviones que circulan por el cielo panameño durante todo un año. Sobre todo los más cotizados, como el Airbus 350 de Air France -inusual en Tocumen, pero aterrizó un día de 2023- o el Boeing KC-46 de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.
Los más experimentados llegan a diferenciar los modelos de avión por el ruido de los motores. Tocumen es el mejor parque de diversiones para ellos. De vez en cuando van al Marcos A. Gelabert de Albrook, porque permite avistar parte del hub logístico con los puertos y el ferrocarril; a Río Hato, en Coclé, Panamá Pacífico o, tal vez, al Aeropuerto Enrique Malek en David, Chiriquí.
Son unos documentalistas de las operaciones aéreas. Historiadores contemporáneos de los gigantes del aire, cuyas tomas forman parte del banco mundial de fotografías de JetPhotos, una plataforma con más de 5.9 millones de capturas de 26,621 fotógrafos, tomadas en 5,590 aeropuertos de 216 países que han sido vistas más de 10 mil millones de veces.
Sueñan con lograr un lugar oficial de avistamiento de aeronaves, como hay en Los Ángeles, Barcelona y otras ciudades: “el avistamiento de aviones también es un atractivo turístico”, dice Joseph.
Ese domingo de verano panameño, la ansiedad por otra cuestión: en pocos minutos aterrizará el Boeing 777 de Turkish. “Cambien el lente. Usen uno que no sea teleobjetivo porque el avión es muy grande, no se puede usar el mismo ángulo focal que con el 737, vamos a corrernos más atrás para tener una mejor visual”, exclamó también Joseph.
A lo lejos la aeronave que se aproximaba luego de hacer escala en Bogotá, ya tenía el tren de aterrizaje afuera, señal de que en pocos minutos tocaría tierra.
En un abrir y cerrar de ojos el triple siete pasó frente a la cámara de los spotters, no se escucharon los disparos, el estruendo de los motores y el viento recio opacó todo, pero el momento quedo inmortalizado en los lentes, justo en la hora dorada, las seis de la tarde.




