1720: La primera burbuja financiera de Gran Bretaña
Desde principios del siglo XVIII, en su obsesivo propósito de controlar el comercio y la navegación Atlántica y arrebatarle a España los beneficios que obtenía de sus provincias en América, Gran Bretaña se lanzó a una desventurada empresa donde sólo obtuvo incontables pérdidas y fracasos. Los gastos de guerra que había acumulado durante la Guerra de Sucesión Española (1701-1713) ocasionaron un terrible endeudamiento de su deuda pública, y para solventarla no se le ocurrió otra cosa que poner a la venta, y a lo loco, letras del tesoro, con la promesa de las inmensas ganancias que se obtendrían en América gracias a una supuesta South Sea Company que solo existía en el papel, lo que dio origen a una desastrosa burbuja financiera en 1720 que casi arruina al Estado y empobreció a miles de británicos, ricos y pobres (salvo, como siempre, a tres o cuatro que manejaban información privilegiada). Fue la segunda gran burbuja financiera europea, cuyo primer antecedente fue la de los tulipanes en los Países Bajos en 1630, y ambos constituyen lejanos precursores del gran crack de Wall Street en 1929, como si nada se hubiese aprendido.
La Guerra del Asiento y gran derrota británica en Cartagena
A la crisis financiera de 1720 siguió una ambiciosa campaña militar donde, salvo en el exitoso pero fugaz episodio de Portobelo del año 1739, Gran Bretaña obtuvo rotundos fracasos en todos los frentes de guerra: en Florida, La Habana, La Guaira, Santiago de Cuba, Panamá en 1742, y sobre todo en Cartagena en 1741, donde la Royal Navy casi pierde toda su flota, la mayor armada jamás conocida hasta entonces en Occidente y solo comparable a la del Día D en Normandía. 27,000 tropas y 186 navíos de toda clase se enfrentaron en Cartagena a solo 2,700 tropas (más muchos indios flecheros) y 5 navíos de línea. Pero sufrieron entre 12,000 y 18,000 bajas entre muertos, heridos y enfermos (las cifras varían según las fuentes). En un momento crítico de la batalla, 400 tropas locales armadas de bayonetas y lanzas defendieron una estrecha rampa del San Felipe de Barajas rechazando el ataque de entre 6,000 y 7,000 Red Coat, que huyeron despavoridos atropellándose unos con otros y sin poder usar sus fusiles. Según un testigo, al concluir la batalla, las aguas de la bahía quedaron grises de sangre británica. Aquella fue la mayor y más humillante derrota histórica de la Royal Navy.
Celebración británica de un humillante fracaso militar
Esperanzado por las tempranas conquistas que había logrado al comienzo de la invasión, Vernon envió a Londres una goleta anunciando su triunfo en Cartagena. El júbilo fue enorme. Para celebrarlo, se acuñaron medallas donde Blas de Lezo, el almirante y teniente general español que lo derrotó, aparecía postrado de rodillas y en el borde la leyenda: “Vernon humilló el orgullo español”. Pero una vez el rey George II se enteró del desastre, prohibió terminantemente que se mencionara, y muy pronto el pueblo quedó convencido de que aquella guerra en el Caribe había sido el mayor de los éxitos.
Honores para Vernon y olvido de Blas de Lezo

Por su victoria en Portobelo el año 1739, a Vernon se le rindieron los más sonoros homenajes. Para celebrar el triunfo se acuñó una medalla y compusieron el himno nacional God save the Queen y la conocida canción patriótica Rule Britannia. Avergonzado por su fracaso en Cartagena, y en Panamá en 1742, Vernon se refugió en Jamaica durante dos años, pero luego volvió a Inglaterra donde todo se le perdonó. Y cuando murió en 1757, hasta se le dedicó un espectacular mausoleo en la sacrosanta abadía de Westminster, donde solo se venera a los héroes. En contraste, Blas de Lezo fue despojado de su cargo al indisponerlo ante el rey Felipe V el virrey Sebastián de Eslava, que le calificaba de insubordinado por haber repetidamente disentido de su forma cómo librar la guerra. A Lezo se le hizo un vacío en Cartagena y murió meses después en casi total soledad. Según una fuente, falleció de fiebre amarilla y, según otra, de tabardillo o tifus exantemático epidémico, una infección causada por los piojos. Fue enterrado en una fosa común que nadie sabe dónde está y su nombre pasó al olvido.
La Guerra de la Oreja de Jenkins o Guerra del Asiento
En aquella guerra, que duró de 1739 a 1748, y en Gran Bretaña es conocida por la Guerra de la oreja de Jenkins y en España como Guerra del Asiento, aquella no ganó nada. España no perdió un solo palmo de tierra y se mantuvo el statu quo anterior.
El Navío de Permiso que asistía a las ferias y el Asiento, o monopolio, de la Trata de Esclavos en Buenos Aires, resultaron decepcionantes. No se vendieron tantos esclavos como los acordados en el Tratado de Utrecht de 1713 (4,800 por año, hasta 1743, cuando vencía), y el contrabando que realizaba el Royal George en las ferias (que fueron bien pocas) era constantemente reprimido y perseguido por los guardacostas españoles, creados precisamente para eso. Durante años la aplicación del Tratado era ignorado por ambas partes, con piques constantes y rabiosos desencuentros, y las quejas inundaban el Parlamento inglés, donde la furia contra España era cada vez mayor.
En ese clima de tensión, el año 1731 un contrabandista inglés, de nombre Robert Jenkins, fue atrapado frente a las costas de Florida por el capitán de guardacostas español Juan León Fandiño, que en el forcejeo de a bordo (o según otra versión atado a un mástil) le cortó la oreja y le dijo algo así como muéstrasela a tu rey George que también se la cortaremos a él. Se dice que Jenkins colocó el pedazo cortado en un tarro con alcohol, donde lo guardó durante años. Otras fuentes difieren de esta versión y aseguran que la perdió en una trifulca de taberna.
Pero no fue hasta 1738 que volvió a aparecer la oreja, mientras se debatía en el Parlamento británico qué hacer en América, enfrentándose un bando que abogaba por la guerra a otro inclinado por la negociación pacífica, que defendía el primer ministro Walpole. Faltaba solo una chispa para inclinar la balanza y al calor de los debates apareció, muy convenientemente, la oreja en su tarro de alcohol. Mostrándola enardecido, el parlamentario y capitán Edward Vernon sacó a relucir la historia de Jenkins. En un rapto de emotivo patriotismo, e invocando la ofensa proferida al rey, se ofreció valientemente a atacar Portobelo “with only six ships”, y el Parlamento le nombró vicealmirante para acometer la empresa.
1739: Vernon ataca Portobelo

Vernon obtuvo una fácil victoria. El presidente de Panamá, Dionisio Martínez de la Vega, había separado al gobernador de Portobelo para darle el cargo a su inútil sobrino, que fue incapaz de defender la plaza. Solo se contaban 114 soldados regulares y con los milicianos había un total de 350 hombres de armas (aunque en el San Felipe solo había 20 milicianos, todos “pardos”, y el pueblo se había vaciado por una reciente peste de viruelas). Los cañones estaban en el suelo por falta de cureñas, escaseaba la pólvora (por culpa del propio tío, que se rehusó a enviar la que se le pedía), uno de los fuertes (el San Jerónimo) no pudo disparar un tiro por falta de pólvora, y los pocos disparos que se hicieron desde el Santiago de la Gloria, solo sirvieron para salpicar las aguas de la bahía. Vernon volvió luego para atacar el fuerte del San Lorenzo del Chagres, a fin de asegurar posteriormente su entrada al río e invadir la capital. Todos los fuertes fueron demolidos y quedaron inservibles para siempre, y Vernon impuso el compromiso al gobierno local de no volverlos a levantar.
1742: Fracaso de Vernon en Portobelo que omite la historiografía británica
Luego vino el desastre de Cartagena en 1741. Pero como el empecinado Vernon aún conservaba fama y prestigio por su triunfo en Portobelo, en 1742 volvió a armar una flota de 104 velas de guerra, algunas de hasta 90 cañones, barcos hospitales y 3,000 tropas (más 500 esclavos negros y 300 indios mosquito) para atacar nuevamente a Panamá, confiando en que se le uniera por el Pacífico el comodoro George Anson con otros 3,000 hombres y varios navíos. Ambas fuerzas se adueñarían del Istmo y de las riquezas del Perú.
Lo que esta segunda vez sucedió en Panamá ha sido hasta ahora totalmente ignorado y es una de las grandes omisiones de la historiografía. Detalles sobre este desconocido episodio y el ataque de Vernon en 1739 los encontrará el lector en mi libro Portobelo y el San Lorenzo del Chagres. Perspectivas imperiales, publicado en 2016 y accesible por internet en el buscador academia.edu.
Alentado por el triunfo español en Cartagena, y tan abrumado por la vergonzosa pérdida de Portobelo como urgido por salvar su honor, el presidente Martínez de la Vega puso al frente de la defensa al nuevo gobernador de la plaza, el teniente general Juan Joseph Colomo, quien desplegó una actividad frenética. Esta vez ya no sería lo mismo. Se establecieron puestos armados y vigías en lugares estratégicos de la costa y el interior, se armaron de cañones los fuertes situados en las riberas del Chagres (el Trinidad, el Gatún y el sitio de Cruces), y se movilizó a toda la población para la defensa. De Cartagena el virrey Eslava envió 50 tropas para reforzar la guarnición de Portobelo y el virrey del Perú envió 1,400 soldados en cinco navíos de guerra. Nada quedó librado al azar.
Por su parte Vernon, que no era ni buen estratega ni mejor táctico militar, se la paseaba peleando con el gobernador de Jamaica, Edward Trelawny, quien llegó con sus propios refuerzos, y sobre todo con el general de tierra, Thomas Wentworth. Ambos se retiraron y le dejaron solo. Para empeorar las cosas, llegaba cuando empezaban las lluvias, la peor estación para hacer la guerra. Creía haber quedado en buenos términos con los vecinos de Portobelo durante su ataque de 1739, a los que había tratado bien, confiado en que pronto serían colonia británica y era mejor tener de su lado. Además, las demolidas fortalezas ya no eran una amenaza, de modo que creía tener a Portobelo bajo control. Pero se llevó la gran sorpresa cuando advirtió la fiera resistencia que le esperaba. Y cuando finalmente decidió avanzar por el Chagres, se acobardó al enterarse de los cañones apostados en sus riberas. Volvió temeroso sobre sus pasos y renunció a la invasión de la capital. Así, sin pena ni gloria, en este segundo intento por invadir Panamá, dejó el Istmo sin disparar un tiro ni conseguir nada. Fue otra gran derrota para Gran Bretaña.
George Anson abandona Panama y va en busca del Galeón de Manila
Anson por su parte, dio la vuelta al Cabo de Hornos, se dirigió a Panamá y recaló en Coiba, para abastecerse de agua y de carne de monos. Allí se enteró del desastre de Cartagena y ya no tenía nada que hacer en Panamá. Siguió rumbo a México y se dedicó a perseguir el Galeón de Manila o Nao de la China, que conectaba Manila con Acapulco, y que logró capturar en altamar. Regresa a su tierra con el riquísimo botín, luego de dar la vuelta al mundo, y disfruta fama y fortuna el resto de su vida. Tal vez este acto de pillaje fue lo único positivo que obtuvo Gran Bretaña de la guerra del Asiento. Eso fue todo. Ni el Reino Unido se apropió de territorio alguno de la América española, ni mucho menos de su comercio ultramarino, como tampoco, según se proponía, pudo controlar la navegación del Atlántico.
Omisiones y falsos del gran fracaso británico en la Guerra del Asiento
En el Reino Unido el fracaso de Vernon en la segunda invasión a Panamá también se ignoró, o deliberadamente se olvidó, dado que, al igual que el desastre de Cartagena, al gobierno no le convenía que se conociera o recordara. Las medallas del supuesto triunfo en Cartagena habían sido retiradas y ya nadie lo mencionaba. Las pocas que se salvaron hoy son ávidamente buscadas por los coleccionistas. Inglaterra solo deseaba recordar el triunfo sobre Portobelo en 1739 y por eso es tan ampliamente conocido. La historiografía lo ha resaltado, de ahí que abunden ilustraciones sobre la entrada de Vernon a la bahía. Hasta años recientes, en cambio, apenas ha empezado a conocerse el clamoroso triunfo de Blas de Lezo en Cartagena. Es cierto que en la propia Cartagena su memoria es celebrada desde hace tiempo, pero es solo recién cuando lo ha hecho España, cuya historiografía finalmente lo ha revindicado, dedicándole libros, artículos, documentales y monumentos. A este héroe se le conocía como “medio hombre”, por haber perdido un ojo, un brazo y una pierna en las numerosas batallas donde combatió, aunque en la medalla conmemorativa que circuló en 1742, donde aparece arrodillado ante Vernon, no se le note ninguna de estas faltas, porque no convenia que el rendido fuese mostrado incompleto.
Tal vez todo lo anterior explique que, entre las exaltaciones de unos y omisiones de otros, no obstante ser el rechazo de Vernon en Panamá en 1742 el que cerraba el ciclo militar de la Guerra del Asiento, haya sido arrojado a las sombras del olvido, como si se hubiese concertado un silencio deliberado, ocultando de esa manera el último fracaso británico de aquella guerra desventurada, que empezó por Panamá y aquí terminaría.

