Se ha dicho, creo que con justa razón, que el cuento es el género cultivado con mayor éxito en Panamá. Esto quiere decir que existen excelentes ejemplos emanados de la pluma de buenos cuentistas. El bello durmiente, de Consuelo Tomás, confirma la aseveración esbozada. En el relato aludido, prima el factor sorpresa como instrumento empleado por el narrador para atrapar al lector. Bajo ninguna óptica, esta aseveración significa que se desestiman otros elementos en el ejercicio creativo, pues se perciben historias paralela y alusiones a otros ingredientes que hacen que esta historia se convierta en motivo sugestivo para la lectura como disfrute y como interpretación.
En primera instancia, se presenta al personaje principal: Federico, un estudiante que todos los días se dormía durante sus tres primeras horas de clase, por lo que sus compañeros lo apodaron “el bello durmiente”. Este sobrenombre sirve de título a la obra que se comenta. En verdad, resulta abarcador. Encierra la trama narrada y alude al famoso cuento La bella durmiente, de quien nuestro bello durmiente se diferencia, porque no le llega el beso de una princesa que lo despierte para ofrecerle un final feliz. En su lugar, encuentra, insultos, humillaciones y algunos golpes.
La cuestión no se queda en el sueño que a diario evidencia Federico. Esta condición sirve como instrumento para que sus condiscípulos intenten conocer cuál es la causa de sus desvelos. Es por ello por lo que resultó común que interrogaran a Federico en torno al porqué de su conducta. El muchacho siempre respondía con evasivas, lo que origina más dudas. Fueron muchas las explicaciones que se les ocurrieron a los curiosos. Llegaron a afirmar que Federico mantenía una relación con una mujer madura. La idea despertó la envidia de estos, quienes dieron rienda a suelta a su imaginación al grado de conjeturar el físico de la misteriosa dama: “tendría unos veinte años más que él, mucha plata, tetas y caderas enormes y lo más probable, una insaciable hambre sexual que seguramente tendría despierto al afortunado Federico en las largas horas de la noche”).
Se esgrimieron afirmaciones comprometedoras contra de la moral de Federico. Uno de sus condiscípulos declaró que lo había visto en un lugar de diversión de adultos, en plena madrugada, ojeroso y despeinado. El rumor como siempre sirvió de abono para acrecentar la fantasía de los jóvenes en torno a la misteriosa actuación de su compañero.
A Federico, la situación se le volvió insoportable. Sus compañeros adoptaron conductas reprochables para exigirle que les contara la verdad. El chico se defendía con evasivas o con silencio. Este hecho incrementó la curiosidad de los indiscretos muchachos. Se tornaron tan hostiles que insultaron, escupieron y humillaron al personaje. Inclusive, lo agredieron físicamente. Esto condujo a que el protagonista, además de defender su secreto, precisara proteger su integridad de los golpes de sus condiscípulos.
El narrador juega con el autor. Lo somete a una cadena de tensiones que, por momentos parecen insolubles, para hacer uso del factor sorpresa y, en las líneas finales, develar el secreto del héroe, cuando de forma escueta manifiesta: “Años después, en una reunión de exalumnos se supo que la razón de los desvelos del bello durmiente había sido un taxi que para ayudar en la crianza de sus hermanos y comprarse sus uniformes y libros “palanqueaba” de once de la noche a cinco de la madrugada”.
Resulta evidente que el clímax del cuento, que se mantuvo casi a lo largo de toda la narración, se resuelve en el párrafo final, de forma intempestiva, sin brindarle al lector ninguna opción de reaccionar o de percibir de manera paciente el desenlace.
En virtud de estas características me permito ponderar de excelente la capacidad narrativa de Consuelo Tomás. Este relato funge como instrumento para confirmar una fina y exigente elaboración. Remite a formas y temas propios de la buena cuentística, con lo cual deja al lector la curiosidad por continuar conociendo otras manifestaciones de su producción.
El autor es profesor y lexicógrafo

