Ya que homo del latín significa “hombre” y “ser humano”, homicidio, palabra derivada, recubre tanto la muerte dada a un hombre como a otro ser humano, sin distinción de género. A pesar de ello, se ha acuñado feminicidio o femicidio, referido exclusivamente al asesinato de la concubina, mujer o novia de quien lo perpetra, o a matar a una mujer sólo por causa de su género.
También ha surgido travesticidio, matar a un travesti[do]. (Hay quienes optan por decir la travesti, pero lo adecuado sería el travesti, porque se trata del hombre travestido. La travesti, en todo caso, sería una mujer travestida, como en La vida es sueño, de Calderón de la Barca. La forma apocopada la trava se acomoda mejor a la morfología de la lengua, porque termina en a, que en español se asocia con lo femenino).
La lista de las actuaciones que llevan a la muerte desafortunadamente no es breve. Incluye el deicidio (matar a un dios, como a Osiris, entre los egipcios antiguos), fratricidio (como cuando Caín mató a su hermano Abel; pero también lo perpetran los que matan a sus semejantes religiosos, nacionales, de cofradía, etc.), infanticidio (matar a un niño, así Herodes), magnicidio (asesinar a alguien importante, presidente, emperador, etc.), matricidio (matar a la madre), parricidio (matar a los padres), regicidio (como cuando en la Revolución Francesa se guillotinó al rey, degradado a ciudadano Luis Capeto, o cuando los ingleses decapitaron a Carlos I), suicidio (matarse a sí mismo, sea asistido, inducido o no), uxoricidio (matar a la esposa), etc. También existe el hemicidio: “dejar a alguien medio muerto”.
Entre todas tal vez la más resonante sea el filicidio. No es fácil pensar en matar al propio hijo ni aceptar que se lo haga impunemente. Es lo de la Tepesa o Tulivieja, madre terrible del mito hispanoamericano, con su giro en la novela El ahogado, de quien el hijo (extraviado, no muerto) es protagonista. El filicidio se manifiesta también en el maltrato o destrato de los hijos.
Para el psicoanalista argentino Arnaldo Rascovsky, fundador de Filum, asociación que propone evitar la violencia sobre los hijos, el filicidio va más allá de lo individual y se expresa en lo colectivo por medio de la guerra. Uno de los motivos de ésta, explica, es eliminar la descendencia. Por no ceder el poder alcanzado, los adultos o viejos aniquilan a los jóvenes en una guerra, acto filicida.
En la naturaleza es común que los pretendientes de las hembras con cría maten a las ajenas o a las suyas propias, para que las madres se hagan nuevamente aptas para la procreación o para ocuparse de la descendencia del macho triunfante. Entre los humanos, padrastros o madrastras se deshacen o tratan de deshacerse de sus hijastros. Dígalo la Cenicienta u otros personajes.
La mitología, la historia y la literatura documentan el filicidio: Cronos devora a sus hijos; Medea mató a los dos suyos habidos con Jasón; en diferentes culturas los niños no queridos eran/son emparedados, expuestos a la intemperie, empalados, quemados vivos, etc.; Iván el Terrible mató a su hijo; en Ricardo III, de Shakespeare, hay filicidio, etc.
Cuando Heródoto, el padre de la historia, propuso que “nadie es tan necio que prefiera la guerra a la paz: en ésta los hijos entierran a sus padres y en aquella los padres a los hijos”, tocaba el tema del filicidio.
Lamentablemente, no hemos logrado detener las guerras y seguimos practicando el filicidio, con padres enterrando a sus hijos, en una terrible inversión del orden natural.

