Víctor A. Mojica aterrizó en Chile la madrugada fría del 1 de agosto del 2020. Después de cumplir la cuarentena impuesta por el virus de aquellos tiempos, caminó por las calles que había visto por internet con millones de indignados durante el estallido social de octubre de 2019. Leyó algunos de los textos que quedaron desde entonces en paredes, edificios y monumentos: “Venceremos y será hermoso”, decía uno. Periodista obsesivo, cronista preciso y husmeador empedernido, enseguida quiso saber más, entender y conocer a los referentes del momento histórico, transformador.
Dos años después, publicó el libro que habla del proceso y de la Historia, de los sueños y las luchas, del racismo y de la protagonista de la conversación que terminó en una propuesta de nueva Constitución, Elisa Loncon Antileo. El pasado 11 de marzo lo presentó en el Museo de Arte Contemporáneo de Panamá (MAC), de la mano del colectivo de periodistas Concolón. Allí conversó con La Prensa sobre la voluntad por enriquecer el alma del país del sur y una pregunta que cabe para Panamá: ¿Cómo se cambia un país?
Empecemos por el principio: ¿Cómo empezó esto y por qué Elisa?
Elegí a Elisa Loncon el día que tomó posesión del cargo. Fue un día increíble y muchos chilenos rompieron en llanto. Lo mismo me sucedió a mí. Era alucinante lo que pasaba frente a mis ojos. Aquel día me pregunté, medio en broma y en serio: ¿Por qué me hace llorar una mujer a la que no le entiendo lo que dice?
Una de las habilidades del cronista es saber elegir personajes. Saber que la complejidad es la sencillez y buscar seres complejos que podrían representar a una humanidad entera. Elisa era la complejidad. Era la marginal de la historia del continente. Era todos los pueblos del mundo. Era la más abusada, la derrotada de una guerra, y era la persona elegida para presidir la reconstrucción de un país que sufrió un estallido social monumental, que cuestionó sus pilares como nación, su modelo económico y político.
Al principio del libro hay una pregunta: “¿Qué es más difícil: ser mapuche o cambiar un país?”. Es interesante la pregunta como método para mirar y como herramienta para entender el mundo que después vamos a contar. ¿Qué tan importantes son para escribir? ¿De qué están hechas?
Las preguntas que me gustan no tienen respuestas fáciles. O, mejor aún, no tienen respuesta. Y son consecuencia. Es el resultado de una investigación y es la flecha que lanza el arco al aire. Trato de formular preguntas que en vez de respuestas me estanquen en un lodazal y me obliguen a ver lo que no vemos, las obviedades, y a salir huyendo de las certezas. Decía David Foster Wallace a propósito de las certezas que obnubilan, y sobre lo obvio, que las cosas más simples son las más difíciles de ver. En este caso, por ejemplo, que superar el racismo podría ser más difícil que cambiar un país.
Y las preguntas te guían en la investigación, direccionan la mirada y las búsquedas, ¿qué viste, buscaste y leíste de Elisa para contarla?
Este libro tiene una ventaja, y es un lujazo: yo tenía la posibilidad de atestiguar la derrota o la victoria de una persona importante en una época trascendental, por casi un año. Durante un año leí mucha literatura chilena, su historia indígena, todo lo que escribió Elisa. Fui a las bibliotecas, conversé con historiadores, iba a la convención, visité el Wallmapu, estuve en su casa, en el pueblo donde nació, atestiguando la guerra que aún persiste. Después de esa visita me pregunté: ¿Cómo puede ser un problema de identidad, un conflicto político de varios siglos que tiene resistencias armadas? ¿Acaso no es un problema estructural una guerra interna?
Es un libro cuyo comienzo parece escrito al compás de una ilusión cargada de futuro. Pero a medida que avanza, surge la narrativa opuesta: los discursos de odio, las fake news, el racismo.
Esa era la rareza del libro. Podría ser un cohete que estalla luminoso en el cielo, el final. O ese final podía ser el cohete que cae apagado, derrotado. Pero ese cohete había surgido de unos días fantásticos, de felicidad desbordada. Este libro sigue la trayectoria del cohete desde antes de lanzarse y puedes ver a través de su paso lo que vivió Elisa Loncon. Porque está escrito desde la visión indígena y explica al mundo mapuche, desde la vida de una activista indígena que se dedica a inventar palabras.
El cohete cayó, la Constitución no fue. ¿A qué crees que se deba el fracaso?
El fracaso tiene muchas razones, como casi todo en la vida. Algunas de ellas son la convivencia con la desinformación, el miedo, las injurias, la deshonestidad intelectual que durante el tiempo que estuve allí observé diariamente y en su evolución. En el libro me limité a estos temas, con mayor rigor, porque podría presentarlo en una dimensión importante y su impacto en nuestra cabeza. ¿El problema es la noticia falsa o nuestro sesgo?
Algo parecido podría decirse al analizar las consecuencias de las protestas históricas de julio del año pasado en Panamá. En la discusión electoral que está comenzando, no vemos que todo ese hartazgo tenga representación ni política ni discursiva. ¿Ves paralelismos?
Esa furia no se convirtió en proyecto, está atomizada, y la clase política clientelar corrupta panameña sólo tiene ojos para ella. Usted los ve ya hablando de pactos intra partidos (jamás otro tipo de pactos, otras alianzas) y desplazándose más a la derecha. Los estallidos sociales tienen otra rareza. Después de experimentar uno, siempre se tiene la sensación de que habrá otro y que será mayor.
Creo que eso logró la Convención Constitucional con su borrador: hacer casa y hogar a la furia para contenerla. Pero era radical, si pensamos que Chile es uno de los dos países de América latina que no reconoce a los pueblos indígenas. Chile se pensó sin naciones, un sólo cuerpo, en sus constituciones. Elisa siempre supo que el problema era imaginar un país con varias naciones. Pero pese a eso, problematizó la discusión, recibió todos los castigos y un rechazo que aumentó el racismo de más de un 60% de chilenos. Y logró también que otros millones pensaran que es posible cambiar un país, que se puede transformar.
‘Una inventora de palabras escribe una Constitución’
Se trata de un retrato en torno a la lingüista mapuche Elisa Loncon Antileo, que se convirtió en la primera presidenta de la Convención Constitucional de Chile, institución que escribió una de las constituciones más progresistas y elogiadas del planeta. Mojica reconstruye un perfil de su vida, sus luchas, sus esfuerzos por revivir una lengua antiquísima, y la acompaña en su paso por la Convención Constitucional, cuando se escribía el libro más importante de la historia reciente del país e intentaba cumplir su mayor anhelo político desde que era adolescente: crear un nuevo orden lingüístico para Chile con nuevas palabras. Crónica, ensayo, biografía, este libro recorre los lugares más inusuales de la activista indígena mapuche y nos presenta al personaje inolvidable del proceso chileno. Puede adquirirse en https://cuanto.app/descarriada o escribiendo a descarriada@protonmail.com.
