Un gobierno que nos impone es el resultado de los ciudadanos que los eligen. Porque más allá de la ignorancia, los partidos o el analfabetismo político, está el ciudadano que, por más inconsciente que sea, piensa y deduce desde su yo interior. Debe ser lo suficientemente elevado y listo para sopesar la imposición del gobernante desalmado. Por supuesto, el sistema institucional panameño, desde la educación hasta la escogencia del voto, es degradante y perverso. Pero todo pueblo, por más espoleado y abandonado que esté, sabe o debe saber cómo ejercer sus derechos, porque eso se aprende con el discernimiento anímico y humano, fortalecido en el hogar y la escuela.
Luego te enteras de que en esta sociedad la familia es disfuncional y la educación es malsana. Siendo la regalía inmediata, la autonomía decapitada y la deformación de la verdad, la posible guía de la escogencia electoral. Escenario de un pueblo que deja de comer, no por falta de hambre, sino de dignidad, aunque ésta no se coma. Asimilándonos a esa mayoría secuestrada por el gamonal que desvirtúa el sistema a su favor, para perpetuarse. Lo deforma porque sabe hacerlo, lo sabe deformar porque lo inventó y creó, pudiendo inventarlo y crearlo porque votamos por él. Colocándonos bajo el yugo de la minoría, esa oligarquía de maleantes que nos gobierna y pretende seguir gobernando, aunque desde otras toldas. Gobiernos de pocos que, si bien camuflados por un sistema diseñado para que sean los menos quienes manden, la última gota la pone un votante que delira entre la dádiva exigua, la planilla bruja, el subsidio falaz y la oferta utópica.
El pueblo le exige o pretende exigirle al político que no mienta. Pero cuando éste le dice la verdad, no vota por él y apoya al demagogo que le dijo lo que quiere oír, para que gane el que siempre le ha mentido. Recordemos que no es el hambre del pobre al que teme este sistema de derroche, despilfarro, clientelismo y corrupción. Lo que en realidad teme es una clase popular que sepa y pueda pensar. Y como la educación juega su rol, mejor es no educar al pueblo para que mande el gobierno a su manera, aunque se equivoque. Y así nos vamos en este círculo vicioso y ambiente viciado, donde el panameño de a pie que se ha quejado, gritado y cerrado calles, termina votando por el mismo de siempre que nunca resuelve; porque ese, su patrono electorero, le trajo el jamón y le entregó la bicicleta.
Y ahora, ¿quién los aguanta? Porque el triunfo lo dan por hecho; pretendiendo que el elegido resuelva bajo la rienda del asilado. Cuya meta será salir del albergue, evitar la galera y maniobrar al ungido. Y así meter ahora el cuerpo entero desde el poder. Como diría el poeta de la música, qué fallo. Se acerca la hora cero y se diluye la esperanza, porque después del 5 de mayo no hay vuelta atrás. El condenado seguirá siendo mártir y el proclamado su alter ego, para pasar el examen. Hasta que el bolsillo se rompa, el chen chen se pierda y el tren se descarrile.
Mientras, la mayoría de los panameños desde sus propios rumbos seguirán deambulando en la dimensión desconocida, hasta vaticinar el renacer por el otro camino. Porque de no encontrarlo y tomarlo, seguiremos expandiendo esta democracia agonizante, donde la clase subordinada al delincuente, al demagogo y al populista proclamará al falso profeta y su títere, ante el espejismo de una sociedad ilusa, inconsciente y políticamente analfabeta.
El autor es abogado y miembro de MOCA.
