Comíamos tanto mamón que terminábamos con el paladar pelado. Era un gusto, una fascinación y un símbolo de fortaleza. Mi madre siempre lanzaba una advertencia. Era un pequeño grito, acompañado de una mirada fulminante, para mí y también para mis primos: “¡Cuidado con la pepa!”.
Desprender y saborear la pequeña pulpa que recubre la semilla redonda de esta fruta determinaba qué tanto habías crecido.
Si ya te dejaban comer mamón era porque tenías la pericia de no tragarse la semilla. Pero ese símbolo de libertad, junto al honor de tener la boca escaldada, es algo que no conoce la mayoría de los chicos de las nuevas generaciones.
Así lo reconoce Raúl Peralta, ingeniero en Horticultura del Instituto de Innovación Agropecuaria de Panamá (Idiap), cuando hablamos de todas las frutas de antaño que cada vez tienen menos recurrencia en la dieta de los panameños.
El mamón o la ciruela aún en estos tiempos gozan de cierta popularidad para los que crecimos comiendo estas frutas como un snack a la salida del colegio. Pero hay otras como el mamey, la chirimoya, el zapote, el mangostino, el jobo, el marañón, la guayabita y la guaba de la rara vez que se habla.

Se trata en su mayoría de frutas de traspatio con las que crecieron varias generaciones: los llamados niños de la posguerra, nacidos entre 1930 a 1948; los baby boomers, de entre 1949 a 1968 y la generación X, que corresponde a los nacidos entre 1969 y 1980.
Hay variadas razones por las cuales estas frutas han estado muriendo lentamente.
El marañón, por ejemplo, cuya pepita se llegó a exportar a Asia, está casi en extinción. Desde hace un lustro, los árboles empezaron a verse afectados por los hongos Colletotrichum gloesporoides, Pestalotia heterocornis y el Lasidiodiplodia theobromae, que terminan dañando la pepita y también la pulpa.
Atrás quedaron esos meses, de febrero a mayo, en los que había exceso de marañón y las abuelas hacían licuados con este fruto y también mermeladas.
Las botellas de pepitas de marañón artesanal que antes se vendían en $5.00 ahora se consiguen por $15 o $20. Una cuestión de poca oferta y mucha demanda.
De la fruta, llena de vitaminas y antioxidantes, queda poco, porque según explica Peralta, no ha habido una cultura de poda que evite la proliferación de los hongos.
Sin embargo, a medida que se toma conciencia del manejo de estos árboles esperan que la situación mejore.
Además de los hongos o las termitas que también atacan los árboles de marañón, Peralta indica que lo que ha pasado con la mayoría de las frutas de traspatio es un reflejo de los cambios socioculturales.

Se está perdiendo la costumbre de tener pequeñas plantaciones en los patios de las casas, incluso en el interior del país. Mientras que en la capital, las urbanizaciones no ofrecen tanto espacio verde como en el pasado.
“Se está perdiendo el hábito de sembrar. Muchas familias emigran del interior a la ciudad, donde todo es básicamente cemento. Sus casas, entonces quedan abandonadas o como sitios de verano, en los que no tienen ni plantas, ni animales de corral como en el pasado”.
Tampoco contribuye el cambio climático, que también ha podido variar los ciclos de producción de los frutos que crecían de forma silvestre.
Peralta mencionó el guate, una fruta muy parecida al maracuyá que crecía de forma silvestre y que ya casi no se encuentra.
Además, el uso de pesticidas para combatir algunas plagas o retirar maleza también afecta a algunos árboles frutales, tal como ha sucedido con los arbustos de la ciruela traqueadora, que por excelencia se mantienen como cercas vivas de los potreros.
“Con el uso de algunos herbicidas, la gente no se da cuenta que están destruyendo algunas especies. Se lo decimos, pero mucha gente no pone atención a eso, y las frutas quedan a la deriva”, indicó el especialista.
Peralta explicó que algunas especies son nativas pero también otras que son introducidas al país, o sea que son exóticas. “Estamos visitando los sitios y haciendo una referencia para tomar la información de lo que hay en cada zona. El segundo paso será hacer un perfil de investigación, recolectar las semillas, tenerlas en un vivero” y empezar el ciclo de producción para no perderlas.
Esto, sin embargo, no se logra de un día para otro. Peralta espera que el vivero sea un proyecto en firme en los próximos años. Esto urge, porque en la medida que desaparece la fruta pocos extrañan su sabor.

