Una parábola no es solo literatura, también es matemáticas. En literatura busca llevar al lector por los caminos de la ficción hasta una enseñanza, casi siempre moral. Por los números, la parábola es el espacio geométrico de los puntos de un plano que tienen equidistancia respecto a un punto fijo y una recta. Ambas definiciones aventuran un lugar de encuentro, un espacio para la mirada sobre el plano de la realidad y el deseo.
Este año es el 40 aniversario de un libro que descubrí hace poco y que merece una nueva edición y la máxima difusión posible: Libro de parábolas (Ediciones Formato 16, Universidad de Panamá, 1983), del maestro Pedro Rivera (Panamá, 1939), cuyo dominio del lenguaje y de la ortografía poética en este poemario tan particular, lo convierte en uno de esos raros presagios estéticos y literarios que tenemos entre nuestros clásicos vivos.
Y digo “presagio estético y literario” porque, transcurridos casi cuarenta años (el libro se imprimió en octubre de aquel 1983), con los once poemas que lo componen (nueve parábolas y dos poemas sueltos que abren y cierran el libro, vinculados en forma y fondo con ellas), Pedro Rivera consigue, con una intencionalidad artística poderosa, hacer una literatura perenne, que arraiga y se queda, cuya práctica se ha ido dejando de lado por muchos “escritores”.
Prueba de ese presagio, es el poema que abre el libro, Frente a un viejo retrato de Ángela Davis, un desafío actual para la reflexión de los que pretenden escribir, para los poetas en particular: Escribir poemas ya no es como era antes./Digo antes y pienso en esos libros torcidos,/ya publicados y sin embargo inéditos,… Y el autor no se queda allí en su advertencia tan contemporánea, sino que apunta directo al corazón del asunto: A ninguno se le ocurre pensar en la posibilidad/de estar atrapado por el sistema/como una pieza de ajedrez, como un pajarito bobo/enlazado por las patas y repitiendo/la vieja canción en su jaula de oro/ahora en la magnificiencia del sonido estereofónico.
Las “parábolas”, las nueve, son de un magisterio práctico de la libertad que da el oficio (en ese momento, Pedro Rivera había publicado por lo menos seis libros, y dos de ellos habían sido galardonados con el Miró): utiliza la especial ausencia de signos ortográficos y la construcción gráfica del poema para darles el ritmo preciso, implicando a lector, desafiándolo a leer las imágenes de aquel tiempo, tanto que habrá parecido en su momento que no tendrían valor pasados unos meses (se citan noticias de alcance de los ochenta y recientes setentas), pero que en manos de un escritor experimentado trascienden a su inmediatez por una razón olvidada tantas veces al escribir: el espíritu de la obra, su dimensión filosófica, su motivo más allá del mero ejercicio de poner negro sobre blanco lo que se nos ocurra.
Hay dos parábolas magníficas, brillantes, que apelan a las entrañas, que sorprenden hasta la reflexión y la discusión: Parábola de la casa tomada y Parábola del hombre desarraigado. La primera, explora la relación con los otros, los límites que se deben poner, o quizás habla de una lucha interna contra nuestros propios demonios. La segunda, dibuja la conciencia de quien vuelve a su país después de una larga vida fuera, de cómo la extrañeza se apodera de la mirada después de lo vivido lejos: Un hombre viaja a Europa Vuelve/a la tierra que lo vio nacer y se siente/ como marrano fuera del estiércol… Planea, especialmente sobre esta parábola, la idea matemática de espacio para mirar, con equidistancia, desde el punto fijo del poeta, ese suspirar por lo que no se tiene, por lo que se añora, por lo que está lejos y se presenta como desafío vital.
Ilustrado por Ginella Calvit, este Libro de parábolas tiene qué decir en la actualidad y merece ser rescatado y leído. Pedro Rivera sigue acertando en sus diagnósticos nacionales, no solo desde la ficción y la poesía, sino también en sus ensayos y artículos. Si leen estas parábolas verán que no hemos cambiado mucho, y que seguimos necesitando como entonces el mismo remedio: criterio, lecturas, poesía de verdad.
