De apariencia melancólica pero dotado de un gran magnetismo, el actor francés Jean-Lous Trintignant murió ayer viernes a los 91 años, tras una larga carrera de seis décadas y películas como Y Dios creó la mujer o Z.
Su entrada en la historia del cine fue sonada, con Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch, Palma de Oro en Cannes en 1966.
Apenas tres años después lograba el premio a la mejor interpretación masculina con Z, de Costa Gavras, una requisitoria contra la dictadura de los coroneles griega que resonaría rápidamente en América Latina.
Perfeccionista y púdico, enfermo de cáncer desde hacía varios años, Trintignant vivió un doloroso drama personal en 2003, cuando su hija Marie murió asesinada a golpes por el cantante de rock francés Bertrand Cantat.
Ese día “todo en mi interior quedó destruido”, confesó años después.
Trintignant siempre albergó ideas suicidas, a pesar de una pasión por la interpretación que lo condujo rápidamente al éxito, y que supo administrar de forma prudente, al contrario de otros coetáneos de la misma generación encumbrados en los años 60.
Jean-Louis Trintignant nació el 11 de diciembre de 1930 en Piolenc, en el sureste de Francia, hijo de un industrial y sobrino de un conocido piloto de carreras de la época, Maurice Trintignant.
Educado de forma rigurosa, su timidez no le impidió optar por el teatro.
En 1951, debutó en París con la obra teatral María Estuardo, de Schiller, y cinco años después en la gran pantalla con Si tous les gars du monde, de Christian-Jaque.
Ese mismo año, rodó Y Dios creó la mujer, con Brigitte Bardot, dirigida por el marido de ella, Roger Vadim. Trintignant llegó a afirmar que lo eligieron simplemente porque era “guapo”. Los amoríos con Bardot provocan sensación.
Tras un servicio militar traumático en Argelia, en plena guerra de la independencia, el actor repartió de nuevo con Las amistades peligrosas, de nuevo bajo la batuta de Vadim (1960).
Son años de frenesí cinematográfico, siguiendo la estela de las dos grandes estrellas del momento, Jean-Paul Belmondo y Alain Delon.
Rodó Un hombre y una mujer, con Anouk Aimée; ¿Arde París?, con el propio Belmondo (1968); El hombre que miente (1968), filme por el que recibió el Oso de Plata al mejor actor en Berlín.
Trintignant tuvo predilección por los personajes ambiguos, impenetrables, inquietantes. Con los años, su máscara se volvió en un formidable recurso interpretativo, como su voz, profunda y muy reconocible para el espectador.
En Italia filmó El fanfarrón, de Dino Risi (1962); y luego El conformista, de Bernardo Bertolucci (1970).
En 1973 se atrevió a ponerse detrás de la cámara: Un día bien aprovechado. Y reincidió con Le maître-nageur (1979), aunque sin gran éxito.
En los años 80, este anticonformista volvió su mirada al teatro. Pero los directores también persistieron en llamar a su puerta: Mira a los hombres caer, de Jacques Audiard; o Tres colores: Rojo, de Krzysztof Kieslowski, ambas de 1994, fueron grandes éxitos de crítica.
Tras la muerte de su hija Marie, dejó el cine durante casi 10 años. Volvió con Amor (2012), un estremecedor retrato de un octogenario enfrentado a la lenta agonía de su mujer.
A las órdenes del austriaco Michael Haneke, logró un César al mejor actor por Happy End, en 2017.
Se prodiga con lecturas públicas de poemas en los teatros parisinos (su “terapia” y su “oficio verdadero”, explicó).
“Uno hace cine un poco por vanidad, para dejar de ser tímido”, confesó en una ocasión a la AFP.
En 2019, cerró un círculo con el director Claude Lelouch al rodar Los años más bellos de una vida, que representó la segunda parte de Un hombre y una mujer. Como 53 años atrás, junto a Anouk Aimée.
Se casó primero con la actriz Stéphane Audran y luego con la directora Nadine Marquand, con la que tuvo tres hijos: Marie, Pauline (fallecida cuando era bebé) y Vincent.
Tras divorciarse de Marquand, se casó en terceras nupcias con una piloto de carreras, Marianne Hoepfner.
Murió en su casa de Uzès, en el sur de Francia, “serenamente, de vejez, rodeado de sus seres queridos”, precisó su esposa mediante un comunicado.


