Las festividades de fin de año y del nuevo invitan a reflexionar sobre el tiempo cíclico, tan extendido por las culturas de la humanidad. Entre nosotros este tiempo cíclico se encuentra desarrollado (reiterado) en la obra de Rogelio Sinán, en Ricardo J. Bermúdez o en Roque Javier Laurenza, poetas de gran cultura los tres.
Uno de los hitos del tiempo cíclico es la llegada de un ser especial, como en la Nochebuena, que se conmemora una y otra vez: “Nochebuena, noche hermosa,/noche en que el sol alumbró./Porque en ella nació el hombre/cuyo amor nos redimió”.
Pero, en la festividad, como en lo heredado del Pueblo del Libro, al que tanto debe la cultura occidental, aun callándolo, se conjugan en la lírica popular española alegrías con tristezas, así en el villancico Dime niño, que recuerda nuestra transitoriedad: “La Nochebuena se viene./ La Nochebuena se va./Y nosotros nos iremos/y no volveremos más”. (Villancico o villancico navideño es un canto cristiano o profano de las fiestas de fin de año. Hay lugares donde les dicen aguinaldos).
Nacimiento y muerte son los extremos que se repiten incesante, cíclicamente, ya que “la Muerte es de la Vida la inseparable hermana”, según recordaba Rubén Darío, quien escribió ‘Santa Claus en Panamá’, descripción de una Nochebuena panameña con los sincretismos culturales que vivió.
La Nochebuena convoca a los escritores, quienes suelen concentrarse en la niñez, pues los niños son los que más se emocionan con el festejo.
Octavio Fábrega, en el poema titulado “Nochebuena”, después de retratar lo positivo de la efeméride, en especial para la infancia (“¡Los chiquillos ante el bello nacimiento se enloquecen/ los ancianos se enternecen!/… y la niñez va pasando por la mente de los viejos/con sus frescas ilusiones, y sus sueños, y sus risas”), reflexionó “¿Por qué tú, que fuiste nuncio del Calvario/eres risa y eres gracia, Nochebuena, Nochebuena?”. La alegría de la Nochebuena termina en la tristeza del Calvario. (Y, después, cíclicamente, hay renacimiento).
Demetrio Herrera Sevillano, el poeta del pueblo, también quedó conmovido por la fiesta. En su poema ‘Nochebuena’ por ello rememora la infancia, pero le agrega, desde su perspectiva de adulto, su verdad social, la del autor de ‘Cuartos’, ‘Negro mustio’, ‘Tú siempre dices que sí’ y de ‘Vida pobre’:
“¡Nochebuena! ¡Nochebuena! Halagadora y risueña noche del Niño-Jesús.
Fúlgida boche que alumbra la más lejana penumbra con su sonrisa de luz.
Noche de fiesta y cariño, en la que al dormirse el niño, aparece Santa Claus.
Santa Claus que astuto pone, los pitos y cañones en nombre del Niño-Dios.
Noche en la que yo solía soñar con la fantasía de un ejército francés.
¡Ah! ¿qué dulce Nochebuena!
Noche graciosa y amena sólo para la niñez.
Noche que al infante besa; noche que en mí es aspereza desde que mi infancia murió.
Que hoy, en vez de batallones, de pitos y de cañones, sólo angustias tengo yo.
¡Nochebuena! ¡Nochebuena! Halagadora y serena
noche del Niño-Jesús.
Mágica noche que alumbra, la más lejana penumbra con su sonrisa de luz.
Ríe… Ríe, Nochebuena,
mientras retoza risueña en tus brazos, la niñez y mientras yo, en mi martirio, quisiera volverme niño para gozarte otra vez.
En Panamá en 1989 la Nochebuena, ocasión de alegría, mayormente de la infancia, se oscureció en la Nochebuena mala (así le puso Changmarín), y la cambió socialmente para siempre, adhiriendo a un nuevo ciclo de vida/muerte.
Sigamos celebrándola, porque la felicidad, sea sólo momentánea, y representada en la conmemoración, es un bien al que siempre, y con razón, aspiramos. Cíclicamente. “Nochebuena, noche hermosa…”
