Con Bukele, El Salvador vive un “régimen de terror”. Lo afirma el primer cardenal salvadoreño -y único- Gregorio Rosa Chávez (1942) y quien luchó al lado de Oscar Romero, asesinado en 1982 y santificado hace seis años.
Rosa Chávez aprovechó el 24 de marzo, aniversario 41 de ese asesinato del arzobispo Romero (1917) para pronunciar una homilía en la que expone las atrocidades del régimen de Bukele. Los ataques de los afectos del gobierno bukelista le llovieron al cardenal por las redes sociales. En 40 años de sacerdocio no había recibido una andanada tan brutal, admite el cardenal ante Eduardo Soto, director de Radio Hogar, durante entrevista radiofónica.
La maquinaria de propaganda oficial es avasalladora -valora-. El Pulgarcito de América cabría más de 3 veces en la geografía de Panamá, si bien su población alcanza los 6 millones. Y el 25% de su PIB se compone de las remesas de los migrantes salvadoreños desde Estados Unidos. Millón y medio, la mitad de ellos indocumentados.
¿Por qué el purpurado define al de Bukele régimen de terror? Bajo la ley de excepción vigente, establecida hace un año, están conculcados los derechos fundamentales: la libertad de expresión y de reunión; no hay garantía de un juicio justo, ni acceso a la información ni privacidad de la correspondencia.
Es una verdad oculta para muchos y don Gregorio está consciente de que se ubica en un sector contracorriente, minoritario, al refutar la “narrativa oficial” sobre los éxitos en la desmovilización y apresamiento de decenas de miles de pandilleros.
Cuando fue postulado para cardenal, el obispo pensó en que es un homenaje a Romero, y que Francisco lo vería representando al arzobispo mártir. Él cree que Romero murió por la verdad, y que a él le ha correspondido afrontar ese legado.
¿Teme por su vida?, le pregunta Soto. “Si algo me pasa… estoy dispuesto a todo. El pastor debe estar donde está el sufrimiento”, responde.
La organización salvadoreña de derechos Cristosal expone una estremecedora denuncia, en un informe, sobre la existencia de ese régimen oficial de terror, con el fortalecimiento del autoritarismo, la falta de respeto por las libertades y casos de tortura y muerte en las prisiones, así como la detención de inocentes, que pasan como los falsos positivos de la guerra sucia colombiana.
Detenciones arbitrarias, otras por error, y muertes de reos por estrangulamiento, malos tratos, y tortura con descargas eléctricas y desapariciones forzadas. Un cuadro dantesco presenta ese informe, y no existen indicios de que el gobernante le preste atención, como ha sido y es su comportamiento sistemático, incluso ante llamados de atención de organismos de la ONU.
El Pulgarcito fue controlado por muy pocas familias, las catorzonas, sufrió una guerra civil, y hoy Bukele tiene aceitada la máquina para reelegirse en los comicios del próximo febrero, solo, sin oposición y en el exilio una buena parte del diario El Faro, de referencia del periodismo digital en América.
Esa nación de tanto empuje ha soportado extravagancias. Un autócrata, general Maximiliano Hernández Martínez, ordenó exterminar a 30 mil campesinos y, ante una peste de escarlatina, quiso controlarla cubriendo con papel rojo el alumbrado público.

