La segunda parte del fenómeno cultural que llevó a millones de personas a las salas del cine en julio pasado, Oppenheimer es la gran apuesta del director, Christopher Nolan, por el Oscar de mejor película. Cuenta la historia de vida del físico americano J. Robert Oppenheimer, denominado el “padre de la bomba atómica”, explorando su relación con su obra magna y el legado de la misma.
Nolan presenta una superproducción maximalista, algo que hemos llegado a esperar del director de clásicos modernos como Interstellar, Inception, y la trilogía de Batman. En el aspecto técnico, Oppenheimer es un espectáculo absoluto, digno de ser visto en IMAX, como fue filmada. Incorpora efectos especiales, sin retoques digitales, logrados a través del trabajo práctico de cámaras, luces y el uso de perspectivas.
La película tiene momentos donde se siente íntima y orientada a conversaciones, así como tiene otros momentos donde Nolan se enfoca en la escala de lo que representa una bomba atómica. En todo momento lo visual es acompañado de una trabajo de ingeniería de sonido magistral. No solo la música de Ludwig Göransson, sino también la calidad y dimensión del sonido que se utiliza para dar profundidad a la película en los momentos claves, es de dimensiones superlativas.
En el aspecto narrativo, Oppenheimer, a pesar de durar tres horas, se mueve a un ritmo vertiginoso para ser una película biográfica, con una estructura interesante y dinámica que brinda la oportunidad de analizar a la figura de Oppenheimer y su trabajo en distintos momentos de su vida y desde varias perspectivas. Sorpresivamente, los mejores momentos ocurren después de lo que se esperaba fuera el desenlace de la película.
Históricamente Nolan flaquea en crear personajes complejos, Oppenheimer representa un momento cumbre para el director. La película opera como un estudio del renombrado físico, como una figura con contradicciones internas, un sentido profundo de moralidad. El filme explora a un personaje que vivió muchos años de su vida atormentado por el impacto de su creación.
Este conflicto interno es manifestado magistralmente por Cillian Murphy, quien brinda la actuación de su vida. Multifacético y totalmente inmerso en el personaje, el Oppenheimer de Murphy vislumbra una sensación de profunda angustia sobre el impacto que su trabajo dejó al mundo. Murphy carga sobre sus hombros la producción más grande del año y es, merecidamente, el gran favorito a llevarse la estatuilla a mejor actor.
El elenco de Oppenheimer está repleto de estrellas, evidencia del poder de convocatoria de Nolan como director en Hollywood. Sobresale el papel de Robert Downey Jr. como Lewis Strauss, papel que puede valerle el Oscar a actor secundario. Downey Jr. demuestra que él no necesita una armadura de superhéroe para ser carismático.
Oppenheimer es un logro cinematográfico en lo técnico y en sus actuaciones. A pesar de su envidiable filmografía, esta es probablemente la mejor película de Nolan, quien se vislumbra para ganar el premio a mejor director que por años lo ha eludido. Los aspectos técnicos funcionan en armonía total, complementandose con la mejor actuación del año y una historia verdaderamente digna de las ambiciones superlativas de su director. Oppenheimer es el paquete completo de lo que se puede esperar de una superproducción de Hollywood, por lo cual es mi favorita personal para ganar el Oscar a mejor película.


