Panamá urbana: B-boy Arnold desafía la gravedad

Treinta segundos. Ese es el tiempo en el que Arnold Quintana desafía la gravedad, donde el rap entra por sus oídos y lo transforma en movimiento. Una secuencia de pasos para expresarse y desahogarse cuando no está compitiendo. Cuando sí, desafía a su contrincante a un combate sin armas en una danza que más que arte, es una conversación entre dos rivales, y que desde 2024 es un deporte olímpico.

Un B-boy o B-girl, es un acrónimo de break boy y break girl: las personas que practican el breaking, un estilo de baile vertiginoso que es una cruza entre el hip-hop y el rap. Nacido en los años 70 en el Bronx de Nueva York, se hizo famoso en los 80′s por películas como Flashdance, Breakin y Beat Street.

Arnold Quintana lo vio por primera vez en medio de unos desfiles patrios veinte años atrás, en plena vía España, a un costado de la calle frente a los antiguos cines Alhambra.

Era noviembre de 2003. Iba por la avenida que en esa época era el principal paseo comercial de la ciudad cuando entre los tambores y las trompetas, comenzó a escuchar una música poderosa, rotunda, que jamás había oído. Fue un imán.

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“El breakdance es compartir la filosofía del hip hop, que es expresión, comunidad y disciplina”, dice B-Boy Arnold. Miguel López.

Al girar descubrió un círculo de personas moviéndose como sincronizadas, de lado a lado. Cuando se acercó, quedó en shock: un muchacho se contorsionaba, giraba su cuerpo, y se movía con fuerza, técnica y gracia. Con el tiempo supo que esa ronda se llama cypher, la formación en la que cada break dancer entra para bailar, pero entonces no entendía nada. Lo único seguro era que quería hacer eso. Tenía que intentarlo. Ahí, sin saberlo, empezó a convertirse en B-boy Arnold, el nombre de batalla que eligió de chico.

A Panamá el ritmo había llegado unos años antes, de la mano de los estadounidenses que partieron el país, construyeron el Canal y una vez construido, lo dominaron junto a una zona de 1,432 kilómetros cuadrados con sus ríos y montañas. Además del control y la construcción, llegaron cientos de norteamericanos y pobladores de las Antillas, con sus ritmos, creencias y costumbres. Los antillanos, por ejemplo, vinieron de islas como Trinidad y Tobago para construir el símbolo de desarrollo del siglo XX con nuevos cultos y calypso.

Esa mezcla multicultural enriqueció al país y encontró a B-boy Arnold en medio de una ronda durante los desfiles patrios a inicios de los 2000. Desde entonces, es su forma de hacer patria.

“Yo ahí no me metí, no iba a pasar pena si obviamente no sabía nada”, recuerda entre risas un sábado de diciembre por la tarde, sentado en una banca del parque Urraca donde repasa su historia. Después se animó.

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B-Boy Arnold aprendió solo, mejoró con amigos de su amigos del barrio y viajó con un equipo con el que compitió en varios países. En la foto, una de Guatemala en 2011. GENTILEZA

Primero, tiró pasos en su habitación, frente al espejo, intentando emular los movimientos que había visto en el grupo de la vía España. El breakdance no se estudia, es cuestión de mirar, probar, juntarse y practicar. Como en 2003 no existía Youtube -así que no había acceso a los tutoriales que hoy abundan en esa plataforma-, solo podía ver a raperos o escudriñar al ‘Rey del Pop’, Michael Jackson, cuyas coreografías tuvieron una importancia fundacional aunque hoy parezcan demasiado “tranquilas” para los muchos los B-boys y B-girls, por televisión.

“Era la primera influencia a nuestro alcance”, dice B-boy Arnold.

Al poco tiempo, convenció a amigos de la barriada Las Cumbres para armar el primer crew. Ya no estaba solo: eran un grupo unido para afinar los pasos en cualquiera de los géneros de la cultura hip hop. Durante la década siguiente, B-boy Arnold iría afinando sus conocimientos y modelando habilidades hasta representar a Panamá en competencias internacionales de una disciplina que hizo su primera aparición olímpica en los Juegos de la Juventud de Buenos Aires 2018, el año pasado debutó en los Panamericanos y este entra en los Olímpicos de París.

Recién a partir de 2008 el breaking dejó de ser un hobby para él, aunque aún no logre pagar las cuentas con eso. Ese año, justo cuando Irving Saladino bañaba de oro al país con una medalla olímpica, B-boy Arnold representó a Panamá junto al equipo Lil Nation en el Encuentro Centroamericano de Danza Urbana, realizado en Costa Rica. Y ganó.

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Un sábado de diciembre en el parque Urracá, B-Boy Arnold suelta el baile que para él es yoga. Miguel López.

La competencia del breaking consiste en una batalla entre dos participantes o dos equipos que se miden en una cantidad establecida de rondas de treinta segundos. En cada uno de los rounds, un breaker, como también se le conoce al que participa de esta danza, sale al ring a demostrar su destreza y le responde otro, de otro equipo. Cada uno de ellos es juzgado por cinco jueces, que definen quién gana cada asalto según seis criterios: creatividad, personalidad, técnica, variedad, actuación y musicalidad.

“Es una conversación. Yo te tiro mi estilo, y luego viene tu respuesta”, define B-boy Arnold a la competencia de la que ahora hay millones de muestras en YouTube.

B-boy Arnold y los Lil Nation fueron los más aplaudidos y votados en Costa Rica en 2008, pero no mucha gente lo supo: los medios no lo publicaron y ni google es capaz de mostrarlo ahora. Él lo recuerda bien y no sólo por la gloria de la medalla.

“Conseguir los fondos para el viaje fue super difícil”, dice B-boy Arnold.

Tocó puertas de instituciones, armó rifas y pasó la gorra entre familiares y amigos. Con las siguientes batallas fue igual. Las instituciones locales no suelen apoyar disciplinas o movimientos que los adultos a cargo no entienden ni conocen. Igual, B-boy Arnold siguió y representó al país como participante o juez en distintos eventos nacionales e internacionales en Brasil, Guatemala, Costa Rica, El Salvador, Colombia, Polonia y Slovakia, entre otros países. En 2016, por primera vez una entidad estatal lo llamó.

La gestión de la alcaldía entendió entonces que la cultura es un derecho y, por eso, debe estar al alcance de todos los jóvenes en todos los rincones de la ciudad. Para garantizarlo, unió fuerzas con ministerios, otras entidades estatales y privadas y creó los ‘Puntos de Cultura’, un centro cultural provisional en diferentes corregimientos para impulsar ciudadanía y artistas. Fue allí cuando B-boy Arnold comenzó a dar clases de breaking en Boca la Caja, algo que ama casi tanto como bailar.

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Hay 46 niños que aprenden breakdance en los talleres de la ciudad, según la Alcaldía. GENTILEZA

“Es más que enseñar a bailar, es compartir la filosofía del hip hop, que es expresión, comunidad y disciplina, porque hay que trabajar y ser constante”, dice con la pasión de los amantes convencidos. “Mis alumnos aprenden a moverse, sí, pero más aprenden a coordinar con otros y volver a intentarlo cuando las cosas no salen”, agrega sobre la experiencia de los talleres en el barrio de pescadores, pegado al mar, y en la Escuela Municipal de Bellas Artes, ambos organizados por el municipio.

Los resultados de esos esfuerzos se vieron en una presentación en la tarima del teatro Gladys Vidal a fin del año pasado, donde bailarines de entre 8 y 10 años se lucieron en una tarima profesional como lo hizo el maestro más de una década atrás en Costa Rica. “Llamó la atención de más gente aquí”, bromea B-boy Arnold.

La tribu local de B-boys y B-girls suele practicar en la Cinta Costera. Pueden verse también en alguno de los espacios al aire libre, que no son tantos en la ciudad. A B-boy Arnold también en las redes sociales y en el parque Urraca, como este sábado soleado y suave de diciembre.

Cuando baila, B-boy Arnold parece hecho de pluma: una persona sin peso, capaz de volar. Primero, saluda con los pies, moviéndolos. Luego gira, salta y sacude todo-en-un-segundo, retuerce los pies y apoya su cuerpo solo en su cabeza con las piernas trepando hacia el cielo, un clásico de este género. Así desafía a la gravedad y electriza las miradas de quienes pasean por el parque.

B-boy Arnold es alguien capaz de ritmear los beats sin música. Aunque es gestor cultural y diseñador gráfico en una agencia de publicidad, el baile es su filosofía y los pasos, su mantra. “Es mi forma de hacer yoga”, dice.

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Arnold Quintana es B-boy Arnold, un breakdance que comparte garra y talento con jóvenes de la ciudad. Miguel López

A los Juegos Olímpicos de París los mirará por televisión. A partir del 26 de julio la cita mundial tendrá por primera vez a 16 B-boys y 16 B-girls en una competencia en categoría individual, bailando ritmos pinchados por un disc-jockey. Panamá no entró en la clasificación.

“El hip hop no está pasando por su mejor momento, ha decaído porque no hay muchos espacios”, dice.

Como los cientos de jóvenes que lo practican, espera que eso cambie. Y podría cambiar si la recién formada Asociación Panameña de Baile Deportivo, que comanda la disciplina en el país, activa la posibilidad de encuentro, expresión y competencia.

En un deporte que ya capturó la atención de muchos en el istmo, B-boy Arnold brilla. Ahora espera que la expresión avance para redondear la mejor travesía de su vida, que es su vida: el breaking. Mientras tanto, comparte lo que sabe y desafía la gravedad en los barrios, talleres y parques de la ciudad, hasta la próxima medalla.


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