Los perros ladran en El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha. Y los gatos maúllan y las vacas mugen. Cuando caballero y asistente salen en busca de la nunca ponderada doña Dulcinea del Toboso. Zapador en la recolecta, en ese pasaje de canto al amor sentimental, de la arquitectura idiomática del sonido de animales. Nunca Cervantes, sin embargo, construyó aquella célebre frase: “Los perros ladran, Sancho; es señal de que cabalgamos”. Quienes no conocen el texto, se la atribuyen. Hay quienes han leído y releído el libro para deshacer el entuerto. Ni rastros han encontrado. Supe que la madre de una amiga tiene años de andarla buscando.
No es parte de El Quijote, sin embargo hay un pionero de la frase: Manuel Azaña Díaz. Complutense, como Cervantes, fue el último presidente de la Segunda República Española. En medio del desastre y cuando tronaba la política y olía a fascismo en el ambiente, en un encendido discurso, recreó el relato cervantino, y tiró ese tizón encendido a sus adversarios.
Complutense es el gentilicio de los habitantes de Alcalá de Henares, ciudad a 35 kilómetros de Madrid.
Fundada por la Roma Antigua, fue bautizada Complutum. El Complutense de la Universidad de Madrid tiene esa procedencia. Alcalá protestó sin consecuencia, ante el despojo, en tiempos del muy ísimo general. Pecho a tierra ante el timo.
Al Azaña líder le tocó un periodo de combustión social, atizada por los poderes fácticos. Nómbralos: Iglesia Católica y Ejército. En 1938, ante las Cortes reunidas en Valencia, pronunció un discurso de reconciliación entre los dos bandos que protagonizaban la guerra civil. Al ser tomada la ciudad catalana de Gerona, en febrero de 1939 por las tropas de Franco, se refugia en Francia y presenta su dimisión.
Sí existe la frase “Los perros ladran…”, pero fuera de El Quijote. En el discurso del presidente (y jefe de Estado) Azaña, y en la cantidad de gente que la cita.
Me tropecé en El Quijote con el refrán: “cuando veas las barbas de tu vecino arder, pon las tuyas en remojo”. Es el arte de advertir con la frase proverbial. Adopta tus precauciones. En guerra avisada… Ante el/la covid, Gaby no Gnazzo, demás jerarcas que no protagonizan el juego del impostor y pastores… de ovejas.
El verbo “arder” pone a dudar. Del latín ardere. Entre sus acepciones están “estar en combustión” y “experimentar un ardor”. Sin las cremas actuales, varones sufrían ardor a la hora de raerse la superficie del rostro para quitarse los pelos. “Ardor” es la sensación de calor o rubor en alguna parte del cuerpo.
En vez de barbas, se especula que el sustantivo del refrán es bardas, las cercas divisorias de paja que los antiguos colocaban en las cercanías de las granjas o las viviendas. Combustibles, sobre todo con la ayuda de la brisa.
La advertencia, en su origen, es con barbas. Es un refrán tatarabuelo. Y sigue imperando, con su descendiente legítimo que cabalga sobre bardas.
En mi libro favorito, Diccionario de uso del español, de mi favorita María Moliner, el asunto tiene barbas. ¡Viva María Moliner! “Cuando la (s) barba (s) de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”.
Del Tesoro de la lengua castellana o española, de don Sebastián de Cobarruvias (1611): “Quando vieres la barba de tu vezino pelar, echa la tuya en remojar”. Español antiguo.
En homenaje a ese extraordinario complutense universal, narrador, gramático emergente y caballero andante, conmemoramos el Día Internacional de la Lengua Española.
El autor es docente, periodista y filólogo

