El 26 de junio del año 2016, el barco Andronikos de la naviera china Cosco, fue la primera embarcación que usó las nuevas esclusas del Canal de Panamá. Aunque el barco había sido seleccionado en un sorteo, el mensaje de la ocasión parecía sugerir que el nuevo Canal sería para China, así como el Canal original fue para los Estados Unidos.
La preocupación de la derecha recalcitrante estadounidense, por la presencia China en los activos vinculados al Canal de Panamá, no es nueva. Dos décadas antes de que el Andronikos cruzara el Canal, la clase política panameña concesionó los puertos de Balboa y de Cristobal a ambas entradas del Canal, a una empresa de Hong Kong llamada Hutchinson. Ese incidente costó visas y amargó las relaciones entre Panamá y los Estados Unidos por buen rato.
En el ínterin entre la privatización de los puertos y la ampliación del Canal, sucesivos gobiernos panameños dieron pasos en firme para establecer plenas relaciones diplomáticas con China, hecho que fue anunciado el 12 de junio de 2017. Panamá rompió intempestivamente con un importante aliado de casi 70 años, para abrazarse con el gigante asiático. Las promesas de las grandes inversiones chinas en nuestro país, así como el sueño de que cientos de miles de turistas chinos provenientes de la clase media y la clase alta visitarían Panamá, no se han realizado.
En cambio, las fantasiosas inversiones chinas se convirtieron en un desfile de contrataciones públicas a empresas de ese país. Son estas contrataciones las que junto al megaproyecto minero están enviando señales ambiguas a la comunidad internacional.
En los gobiernos de Juan Carlos Varela y Laurentino Cortizo, empresas chinas han sido las ganadoras de las licitaciones para el cuarto puente sobre el Canal de Panamá, la construcción del puerto de cruceros de Amador, la terminación del Centro de Convenciones a la entrada de la Calzada de Amador, y más recientemente una empresa estatal china será la encargada de construir el túnel bajo el Canal para la Línea 3 del Metro de Panamá, y se sigue coqueteando con la idea de un tren chino de Panamá a David, cuya rentabilidad es sumamente dudosa.
A cambio de la generosidad de los contribuyentes panameños con las empresas chinas, se pudo exportar algunos contenedores de bebidas alcohólicas provenientes de la región de Azuero, carne de res subsidiada, y algunas piezas de cerdo. A las firmas de abogados que ofrecen sus servicios en China les han permitido continuar en ese país.
Para un observador desapasionado, el irresponsable comentario del expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, acerca del control chino del Canal de Panamá es totalmente falso, pero de que están cerca lo están. En los círculos geopolíticos de los Estados Unidos se considera que la mina de Donoso es una inversión que tiene a China detrás. Son numerosas las publicaciones especializadas que estiman la propiedad de acciones de First Quantum por parte de China en al menos un 20%. Si se toman en cuenta fondos de inversión australianos y entidades financieras de Singapur, el porcentaje puede ser mucho mayor.
La clase política panameña ve a China como una fuente de negocios, como en su momento fue Odebrecht. La falta de análisis estratégico de cuán larga o corta debe ser la soga que Panamá le da a China, llevó a la metida de pata de considerar que la Embajada de ese país estuviera en la entrada del Pacífico del Canal de Panamá.
El hecho de que el mensaje lo haya dado Donald Trump no quita que muchos, dentro y fuera de los Estados Unidos, compartan esa opinión y que esto tenga consecuencias para Panamá. La sospechosa falta de verdadera competencia en obras públicas de carácter estratégico hace pensar en manos peludas. Lo cierto es que mientras los políticos panameños sigan pensando primero, segundo y tercero, en el “¿que hay pa’mi?”, la comunidad internacional ve con preocupación cómo salimos del yugo de un imperio, para caer en manos de otro.
