El restaurante es un edificio con buena brisa, plantado en medio del club de equitación del Hotel Coronado, y ahora abierto a todo el público.
El menú es un mèlange de cocina argentina, criolla y colombiana. Comenzamos con picaditas argentinas.
Dos empanadas de filete troceadito (no molido), con huevo duro, aceitunas y pasitas, muy sabrosas; les siguió una provoleta (provolone derretido con orégano) que sugiero comer antes de que se les enfríe, y luego unas cebollas rebozadas excelentes, con su toquecito de cúrcuma muy aromática, levemente mesoriental.
Luego como plato fuerte pedimos unos baby backs “Estilo Kansas City” o sea con salsa de barbacoa a base de ketchup. Las chuletas no se caían del hueso pero estaban suavecitas, y sabrosas.
También pedimos un bife de chorizo de 12 onzas muy sabroso y cocinado al punto que pedimos, y que vino con chimichurri y su salsita de tomate y aceite. Ambos trajeron guarnición. Unas papas bravas, con sus toques de cayena y rociada de un alioli al que no se le sintió el ajo en absoluto para el primero, y una papa asada con crema agria para el segundo.
Finalmente probamos el postre: un flan con algo de licor, posiblemente Amaretto, que vino sobre una cama de dulce de leche y una desafortunada compota de frutas del bosque que parecía cuajada con maicena, y le restó al flan.
Tienen máquina de cappucchino. Dixit.




