10:31 a.m. - MADRID, España (DPA). - "Siempre Gala". Con esta frase sencilla expresó y condensó el gran amor que desde que la conoció nunca dejó de sentir por su mujer el genial pintor español Salvador Dalí.
La muerte de Gala, un 10 de junio de hace 25 años, sumió al artista de Figueras en una gran tristeza que lo mantuvo recluido una buena parte de los siete años que aún le quedaban por vivir. Y es que Elena Ivanovna Diakonova, el nombre que le pusieron al nacer en 1894 en la ciudad rusa de Kazán, significó todo para Dalí: Gala fue su amante, su compañera, su agente y su consejera y, según los entendidos, la fuerza creativa decisiva para él.
De hecho, el pintor nunca escondió que eligió a su esposa como su musa y la mitificó tanto en el arte como en la literatura. Así es como la mayor parte del público conoce a Gala, porque de la enigmática y misteriosa rusa de carne y hueso que cautivó al pintor poco se sabe en realidad.
Huérfana de padre a los 11 años, vio cómo su madre se casaba con un abogado que permitió a la niña Gala recibir una buena educación. Al estallar la revolución bolchevique se trasladaron todos a París. La buena posición de la que gozaba su familia no evitó que contrajera tuberculosis en su juventud, una enfermedad muy común en aquellos tiempos.
Quizá su ingreso en un sanatorio de Suiza para curarse del mal marcó ya un futuro, todavía lejano, en el que habría de encontrarse con Dalí: en el centro médico conoció Eugne Grindel, que con el tiempo se convertiría en el poeta Paul Eluard y a través del cual, ya convertida en su esposa, se relacionaría con el movimiento surrealista. Con él tuvo a su única hija, Cécile.