Esta noche, en el bar Take Five, se le rinde un homenaje póstumo a Bárbara Wilson, quien en vida fuera la primera dama del jazz en Panamá. Una mujer que, según muchos afirman, nació para cantar.
Todo comenzó en Colón, el 7 de octubre de 1940. Llegó a este mundo como Glenda, su verdadero nombre. Luego se lo cambiaría por Bárbara, un poco en honor a su abuela, que la llamaba cariñosamente así, y otro poco porque Bárbara Wilson sonaba más artístico.
Según cuenta su hijo Marlom Wilson, a los pocos meses de nacida Bárbara se vino a vivir a Chilibre y fue criada por su abuela. Fascinada por el son cubano, de niña la diva cantaba para alegrar su vida y su hogar. Lo tenía en la sangre, su padre también es cantante. O era, puesto que, aunque aún vive —reside en Nueva York— enfermedades propias de la edad le impiden elevar su voz.
De allí, Bárbara Wilson comenzó a cantar en una iglesia bautista. Luego, cuenta su hijo Marlom que participó en los concursos para amateurs de Radio Mía, y ya en el año 65 comenzó a cantar profesionalmente. Su carrera fue bastante agitada. El baterista Ricky Staple, que fue amigo de Bárbara y compañero de escenario por largos años, cuenta que tocaban muy frecuentemente, y por contratos anuales, en la Isla Contadora y en el hotel Holliday Inn, por mencionar algunos.
Si hay algo que recuerda y destaca Staple, era su don de gentes, su carisma y su presencia en el escenario. Además de que era una cantante versátil y dominaba los más variados géneros musicales.
Eso hasta noviembre del año pasado, cuando tuvo que dejar de cantar por problemas de salud, y hubo de pasar más tiempo quieta, en su casa, en compañía de su esposo Wilberto Wilson.
El sonido de su voz se alejó del todo el 22 de mayo. Pero el recuerdo de Bárbara, nuestra diva del jazz, sera eterno.

