El bicampeonato del Plaza Amador no es solo un logro deportivo: es una declaración de autoridad, carácter e identidad en un fútbol panameño que vive en constante transición. Después de disputar 46 partidos en 2025, el Plaza cerró el año de la única manera coherente con su trayectoria reciente: levantando otra vez el título y reafirmando que hoy es el equipo que mejor entiende cómo se compite en la era profesional.
En el año de su 70 aniversario, los Leones demostraron que no hay celebración más fiel a su historia que ganar. Los consentidos de León Cocoliso Tejada dominaron de principio a fin un calendario cargado, intenso y lleno de trampas para cualquier plantilla que no estuviera preparada mental y físicamente. Pero Plaza no solo respondió: impuso condiciones. La consistencia fue su sello. La madurez, su escudo. Y la confianza colectiva, su argumento ganador.
El mérito principal, sin embargo, lleva nombre propio. Mario Méndez fue siempre el indicado para conducir este proyecto, y 2025 lo terminó de confirmar. Su gestión integró a jóvenes figuras como los hermanos Sánchez, Joseph Jones y Julio Rodríguez, al tiempo que le dio valor al liderazgo interno de Gasper Murillo, Negrito Quintero y Eric Davis. Esa mezcla —explosiva, equilibrada y perfectamente administrada— es la que explica por qué Plaza jugó con una madurez impropia de un equipo en transición generacional.
La barra plazina celebró porque no todos los días se gana un bicampeonato. La última vez que eso sucedió fue en la era amateur cuando dominaban a placer el fútbol en la capital.
Y aquí hay un mensaje claro para la liga: Plaza volvió al trono y, esta vez, parece dispuesto a quedarse.
La magia de Rose y la contundencia goleadora de Jorlian fueron pilares indiscutibles. Ellos aportaron desequilibrio, carácter y esa chispa imprescindible para destrabar partidos que se deciden por detalles. Pero más allá de individualidades, lo que marcó diferencia fue la estructura. Plaza ganó porque se comportó como un equipo en el sentido más completo: compacto sin balón, agresivo al recuperarlo, paciente cuando tocaba administrar y valiente cuando debía atacar.
Y aun así, el año no fue perfecto. La Copa Centroamericana dejó una sensación de oportunidad desperdiciada. Un inicio prometedor, un cierre que evidenció límites. Pero esa deuda internacional no empaña el rendimiento local. Más bien, abre una puerta para 2026: un desafío renovado, aunque con la certeza de que varios protagonistas de este éxito migrarán. Ahí radica la urgencia del presente. Plaza debe disfrutar lo logrado hoy, porque el mañana exigirá reconstruir sin perder identidad.
Por ahora, el equipo del Pueblo vive días dorados. En la selva de cemento, nadie ruge más fuerte. El bicampeón es Plaza Amador. Y el fútbol panameño tiene un equipo que ha recuperado su corona a pulso.
