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Pateando la mesa: Falta de mantenimiento, mal de nunca acabar

Luego de unos días fuera del país, tuve la oportunidad de visitar dos estadios en República Dominicana: el Francisco Micheli en La Romana y el Tetelo Vargas en San Pedro de Macorís. No son instalaciones nuevas, ni mucho menos lujosas. Pero hay algo que salta a la vista apenas uno entra: su buen mantenimiento.

Ambos estadios tienen capacidad para unas 8 mil personas, un tamaño similar al de muchos parques en Panamá. La temporada del béisbol invernal dominicano va de octubre a enero, con ambiente de música, fiesta y pasión. Pero ahora en abril, sin juegos ni bullicio, lo que vi fue aún más valioso.

En el Tetelo Vargas conocí al señor Mariano. Llega cada mañana y se va al final de la tarde. Es el responsable del campo de juego de las Estrellas Orientales. El césped estaba impecable, la lona cubría el montículo y el home, y aunque llueve poco en esa zona, él no se descuida. Porque para él, el terreno es sagrado.

El Micheli también tenía su encanto: stands de comida operativos, tienda oficial, asientos cómodos en las mejores zonas, todo claramente identificado con los Toros del Este. Cada miércoles, los directivos del equipo se reúnen en el palco principal del estadio. Allí mismo, en el terreno de los hechos, detectan lo que hace falta y resuelven.

Y esto me lleva a mi reflexión sobre los estadios en Panamá, que son muchos más nuevos.

No es solo un tema de dinero. Es cultural. Es de pertenencia. Es lo nuestro y hay que cuidarlo. Cada vez que veo colchonetas rotas, cielo rasos incompletos, pisos sucios, baños clausurados o grama quemada, me hago la misma pregunta: ¿Cómo llegamos a esto… y por qué no se hace nada?

En Dominicana hay béisbol profesional, sí, y algunos estadios son privados. Pero allá también saben lo que es trabajar con poco. Acá las ligas provinciales funcionan en espacios que administra Pandeportes. Pero que algo sea público no quiere decir que deba estar hecho pedazos.

Si tan solo aplicáramos ese sentimiento regionalista de “mi provincia es mejor que la tuya” al estado de nuestros estadios, otro gallo cantaría. Quizás entonces no estaría yo aquí, dando una comparación que parece odiosa, pero es necesaria.

Y no solo va para el béisbol. Esto es un llamado también para los estadios de fútbol, gimnasios de baloncesto, canchas de voleibol, coliseos de boxeo… todo espacio deportivo que forma parte de nuestro tejido social.

Porque sí, el mal de nunca acabar se llama mantenimiento. Y hasta que no lo enfrentemos con orgullo, seguiremos pidiendo que esta mentalidad paternalista nos resuelva los problemas.


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