Era el año 2000 y la selección de fútbol de Panamá, tras haber ganado sorpresivamente su grupo en la primera fase de las eliminatorias de Concacaf rumbo a la Copa del Mundo de Corea/Japón 2002, había caído en el Grupo A de la fase semifinal. En todo el país se vivía un clima de expectativa en torno a la selección como nunca antes, por una razón muy específica: México, el gigante de la Concacaf y máximo referente del fútbol regional, también estaba en el grupo de Panamá. Por primera vez en la historia de las eliminatorias, una de las potencias del área visitaría el Estadio Rommel Fernández Gutiérrez.
Durante la previa del partido, la cadena RPC lanzó un jingle con la voz de Papa Chan (q. e. p. d.), el cual, a lo largo de los últimos 25 años, se ha convertido en un verdadero himno para la “Marea Roja” panameña. No está del todo claro cuándo nació ese apodo para la afición nacional, pero de lo que no hay duda es que este jingle —inspirado por aquel partido que hoy cumple 25 años— lo masificó y transformó por completo la idiosincrasia del fanático panameño.
El partido estaba programado para el domingo 16 de julio de 2000, a las tres de la tarde. En esos tiempos, las distancias futbolísticas entre el conjunto azteca y el canalero eran abismales en comparación con la actualidad. Basta con ver el resultado del partido en el Estadio Azteca por esa misma eliminatoria —una goleada 7-1 a favor de México— y compararlo con nuestra más reciente visita a tierras mexicanas en el camino hacia Catar: una dolorosa derrota por 1-0, producto de un penal.
Hoy en día le jugamos de tú a tú a México, pero eso no siempre fue así, y por eso había que intentar sacar ventaja de cualquier forma posible. Los partidos en el Rommel se disputaban en horas de la tarde, cuando el sol pegaba con más fuerza, buscando ahogar físicamente a rivales técnicamente superiores (una táctica que, por cierto, la selección hondureña sigue utilizando hasta hoy).
El estado del campo de juego tampoco era, en aquel entonces, lo que es hoy: una cancha bien cuidada, con un césped que permite el juego vistoso que propone el técnico Thomas Christiansen. En esa época, parecía más bien un campo minado. Los jugadores, tanto panameños como rivales, debían tener cuidado con cada paso, pues un mal apoyo podía terminar en caída o lesión.
Aquel día, Panamá cayó por la mínima: 1-0, con un gol de Miguel Zepeda al minuto 88. Sin embargo, en los días posteriores, no se sintió como una derrota. En esa época, jugarle de tú a tú a México durante casi 90 minutos era impensado, y perder por un solo gol se percibió como una hazaña. Y con justa razón: Panamá no tenía ni de cerca el nivel del equipo mexicano. Cómo ha cambiado el panorama.
Desde ese partido, hemos recibido a México en el Rommel por eliminatorias en cuatro ocasiones. Todos los partidos han terminado en empate: tres sin goles y uno con el único grito de gol panameño, esa legendaria chilena del eterno Luis “Matador” Tejada (q. e. p. d.). Cada vez que no logramos derrotarlos, la frustración crece. Las distancias se han acortado, y sabemos que cada vez estamos más cerca de alcanzar, por fin, la victoria.
Aquella tarde del 16 de julio de 2000 marcó un antes y un después en la relación entre la selección y su afición. El antes, durante y después del partido forjaron un vínculo que, partido tras partido —sea victoria, empate o derrota—, se hace más fuerte. Tradiciones que hoy se dan por sentadas, como acercarse al hotel del rival a hacer escándalo para no dejarlo dormir la noche anterior, eran novedosas en ese entonces, al menos en lo que respecta a la selección.
Tal fue el furor por ese partido, que apareció en la portada del diario La Prensa, no solo el domingo 16, sino también el lunes 17 de julio, tras el encuentro.
En unas pocas semanas retomaremos nuevamente el sueño de volver a una Copa del Mundo. Es imposible saber cuál será el desenlace de esta eliminatoria, pero lo que sí es seguro es que, tal como lo hizo aquella calurosa tarde contra México, la Marea Roja estará allí para acompañar a su selección —gane, pierda o empate, llueva, truene o relampaguee.

