Pudiera decir que (casi) todos los planes de transformación digital de las empresas tradicionales nacen en una mesa ejecutiva donde se plantean dos puntos de conversación:
1. “La transformación digital no es una opción, es un tema de supervivencia”.
2. “Lo hacemos para mejorar sustancialmente la experiencia de nuestros clientes”.
Efectivamente, estoy de acuerdo con estos dos puntos. Hoy en día los esfuerzos de transformación son el equivalente a que a mediados del siglo XVIII las empresas del momento se negaran a la industrialización, seguramente quienes lo hicieron dejaron de existir al poco tiempo. Eso, en buena medida, pasará con los modelos de negocios que no se transformen para adecuarse a las expectativas actuales de los consumidores.
También es muy cierto que el inicio de la transformación digital viene de la idea de mejorar la experiencia de los clientes, construyendo soluciones fáciles, sin fricciones y con una serie de atributos que hagan que su interacción con nosotros sea la mejor posible.
En mi experiencia, estos dos puntos se van diluyendo con el pasar del tiempo. Específicamente cuando la alta gerencia empieza a pedir resultados que justifiquen las grandes inversiones que suponen los esfuerzos de transformación.
Cuando los plazos aprietan y los resultados escasean, la romántica idea de mejorar la experiencia de los clientes se desvanece y empezamos a construir productos y servicios como estamos acostumbrados a hacerlo: viendo hacia adentro, satisfaciendo nuestras necesidades y no las demandas de nuestros clientes, y desarrollando soluciones complejas para no entrar en la tediosa tarea de revisar, optimizar y transformar nuestros procesos.
El final de esta historia es conocido por muchos: volvemos a la mesa ejecutiva, nos damos cuenta de que lo que hemos venido haciendo no es rentable o le falta mucho para serlo y el plan se empieza a abortar progresivamente, lo suficientemente rápido para no invertir más y lo suficientemente lento para que nuestro equipo de comunicaciones pueda darle coherencia a ese discurso de transformación con el que bombardeamos los medios de comunicación hace un tiempo.
¿Cuál es entonces el reto de la transformación?
Si pudiera estar en todas estas mesas ejecutivas desde el inicio, adicional a los dos puntos que conversamos arriba, traería desde el principio la conversación de la monetización, ese es el elemento que hará que el esfuerzo y la inversión sean sostenibles en el tiempo.
Cerca de 70% de las empresas que invierten en transformación, no logran monetizarlo a largo plazo. Por eso es vital la ayuda que se pueda proporcionar a las empresas para valorar oportunamente las estrategias correctas de monetización de sus activos digitales, con un marco de trabajo ágil y centrado en data.
El comportamiento de las empresas nos permite iterar o accionar rápidamente y de manera costo-eficiente, las mejores formas de comercializar la oferta.
En un mundo donde la gente pasa más de un tercio de su tiempo productivo del día en internet explorando en internet, viendo redes sociales, enviando o revisando las redes sociales, es impensable que no estemos ahí con nuestra oferta.
La monetización es el reto de esta nueva etapa de la transformación digital, que por cierto, es el mismo que están viviendo las fintechs y startups que hoy están siendo cada vez más cuestionadas por los inversionistas, quienes no ven un modelo de monetización factible en el corto plazo.


