Esa es la cuarta entrega de mi diario de viaje de Bogotá a Narganá y Panamá en el verano de 1970 tras graduarme como antropólogo de la Universidad de Los Andes.
Una de las razones que me motivaron volver a Panamá a la antigua, bajando el Magdalena y navegando a lo largo de la costa caribe de Colombia, fueron mis recuerdos de infancia en la finca de mis abuelos maternos a orillas del Chiriquí Viejo, el río más lejano a poniente de Panamá, en la frontera con Costa Rica y Centro América.
A estas selvas migraron ellos tras la Guerra de los Mil Días (1899-1902) y la independencia de Panamá de Colombia en 1903.
Aurelio Moreno Moreno y Josefa Caballero se consideraban campesinos muy chiricanos, conservadores y colombianos. Ella recordaba con orgullo que había nacido “En los tiempos de Colombia”. Decía que la bandera y el himno de Colombia eran más bonitos que los de Panamá.
Durante mis estudios universitarios me interese por el destino de los realistas, los que perdieron las guerras de independencia, pero siguieron leales a la vieja patria. Una explicación que encontré sugería que quienes vivían en las lejanas fronteras de sus países, como mis abuelos, sentían mayor apego por la antigua patria. Tal como los romanos se Hispania, España, que se sentían más romanos que los de Roma.

Veinte años les tomó a mis abuelos aceptar la separación de Panamá de Colombia. En el verano de 1924, trabajaba él en su arrozal cuando desde la otra orilla del río apareció un hombre que le gritó que fuera a la telegrafía del pueblo de Divalá donde tenía una carta. Mi abuelo nunca había recibido una carta. El remitente se identificaba como liberal y sabía que Don Aurelio Moreno era conservador. Pero los tiempos habían cambiado, había que olvidar viejas contiendas. Le decía que él era candidato a presidente de la nueva República de Panamá por el partido liberal y le pedía a Don Aurelio su voto y de su familia. Así fue que mis abuelos sacaron cédula panameña y votaron por don Rodolfo Chiari para presidente de Panamá (1924 -1928).
Retomo mis notas de viaje abordo del remolcador Monserrate. A 2 de abril.
La calima y las angosturas del Nare
“El cocinero de mi nuevo remolcador cocina mejor que los otros. Todo el río está cubierto por “la calima”, una bruma. Hace un calor infernal.
Poca brisa corre por el río, es el fin del verano y las aguas están sumamente bajas.
Súbito pudimos navegar más rápido porque alcanzamos las aguas de una subida que tuvo uno de los muchos afluentes del río.
La temporada de aguas secas dura unos 6 meses. Durante las lluvias, si el río crece demasiado, los botes no pueden subir solos y tienen que juntarse dos o tres remolcadores para subir juntos. En Nare hay una angostura que tiene mala fama. Muchas veces los remolcadoras deben esperar hasta que las aguas bajen para poder subirla.
Durante el día observo el paisaje y la gente. Por las tardes escribo mis notas al refrescar el Magdalena. Unas en inglés y otras en español. A veces se me acercan marineros y pescadores a preguntarme qué escribo.
Los más curiosos se sientan a mi lado y sobre mi hombro tratan de leer mis notas, lo que me obliga a cambiar al inglés.
La evidencia que me han dado los pescadores a quienes remolcamos con sus botes es algo contradictoria. Uno de los marineros o vaporinos, quien solía comprar pescado, dijo que los pescadores pescaban en invierno, pero el capitán afirmó que la mayoría no se ocupan de la pesca en invierno por las crecientes que inundan las islas y los playones.

La noche que la cerveza llegó a Badillo
Alcanzamos el pequeño caserío de Badillo donde pasamos la noche. Bajé a tierra a comprar algo, pero las tiendas no tenían nada, ya que las embarcaciones que traen mercancía no habían llegado desde Barranca Bermeja, habida cuenta era la Semana Santa y que es de donde las tiendas traen su mercancía. Como a la media hora de nuestra llegada, apareció la San José que viaja entre Barranca Bermeja y Magangué.
Descargó y partió. Los tienderos y el pueblo quedaron contentos. Los hombres gritaban con entusiasmo ´Llegó la cerveza carajo!´. La bebedera y la música se calentaron hasta bien entrada la noche.
Estaba muy entusiasmado de conocer Badillo, famosa en Panamá por la canción de Rafael Escalona, La Custodia de Badillo, sobre un ratero honrado que se robó la reliquia de oro colonial del pueblo. Resultó no ser el famoso pueblo, sino otro.
En la próxima entrega compartiré mis conversas con unos jóvenes pescadores que regresaba a casa tras pasar el verano en la fajina de la subienda en el Magdalena. La gran migración de las especies de las lagunas y caños.


