Esta es la quinta entrega de mi diario de viaje de Bogotá, a Narganá y Panamá en el verano de 1970 tras graduarme de antropología en la Universidad de Los Andes. En esta ocasión sobre unas conversas con pescadores del río Magdalena que volvían a casa luego de pasar el verano pescando durante “la subienda”, la migración rio arriba de las especies de las ciénagas. Ahora peces y pescadores volvían rio abajo.
Los entrevisté abordo del remolcador Monserrate a cuyo capitán aceptó llevarlos río abajo. Les dijo que amarraran las piraguas a una barcaza y se acomodaran sobre la cubierta. Las piraguas llevaban aparejos de pesca, mudas de ropa y pescado salado.
Desde que en 1969 había estudiado los pescadores de las islas de San Bernardo, me intrigó cómo ellos se dividían las partes. Ni en las islas, ni el rio encontré mujeres pescando a tiempo completo.
Retomo mis notas.
La guía o cabeza de la subienda
“Los pescadores tratan de ir adelante de la guía de la subienda. Febrero, según ellos, es el mes propio de la guía. “La guía” o cabeza de los cardúmenes sale en febrero compuesta de arenca y boca chico que salen de los caños y ciénegas del bajo Magdalena. El bagre sale ahora a fines de verano.
Los hombres parten en diciembre para subir el Magdalena. Escogido un sitio lo preparan. Primero levantan la ranchería donde pasaran el verano. Luego marcan una o más playas. A veces, los que llegan primero dejan que otros se instalen en este playón si son familiares o parientes.
En el punto donde van a pescar, limpian el fondo del río de troncos, ramas y obstáculos. Mientras bucean arrastran una manila para ver si hay obstrucciones que puedan dañar la red.

Cada pescador gana parte de la pesca. La red gana dos partes, aunque varía. En la Ciénaga de Zapatosa una red de 100 varas gana una parte y otra de 200 varas gana dos partes y la de 300 varas hasta 5 partes.
El jefe del grupo también gana una parte por cooperar con la pesca.
Desde el momento en que se alquila el bote, el dueño gana 5 pesos diarios hasta que el pescador que lo alquiló lo devuelve. Usualmente el dueño de la red pesca con el grupo.
El jefe, el patrón y el habilitador
“El jefe” es el dueño de la red, no necesariamente “El patrón” que es el que manda. Es el experto que dirige la pesca. El jefe debe seguir las órdenes del patrón. Es el que más conoce de la pesca, el más experimentado, conoce todos los trucos y tareas como remendar las redes.
Como usualmente el jefe no tiene plata, acude donde uno con dinero para “‘que lo habilite”.
En verano salan el pescado separando el bocachico del bagre. Calculan hasta tener ocho o nueve bultos. Cada bulto pesa unas 135 libras. Para carnavales bajan a liquidar con el habilitador; Le llevan el pescado salado. El dueño lo pesa por separado, el bocachico, el bagre y la doncella.
El habilitador les dice un precio dispar. Si la carga de pescado seco vale 1000 pesos en la plaza, les paga a 800 pesos, $44 dólares. Si la deuda es grande el habilitador no les descuenta. Los 800 pesos son para sacar las partes. De marzo en adelante al terminar de pagarle al habilitador, los hombres pescan para ellos.
Dicen que la mayoría de los pescadores pescan el año entero, pero algunos con pequeñas parcelas hacen un alto para cosechar algo.
A unos que se sentaron conmigo a conversar les obsequié pan con mantequilla.
Como a las 7PM arribamos a Tamalameque, pueblo famoso por la canción La Llorona.
El pueblo está como a un kilómetro del embarcadero.
Juancho
Es marinero y estibador de 67 años y gran musculatura. Pasa horas descargando sacos de cemento. Cuando La Violencia vio muchísimos muertos flotando rio abajo.
Sobre todo en pueblos violentos como San Pablo, Barranca, Puerto Niño y Puerto Boyacá. Dice que La Violencia no pegó debajo de Gamarra aunque si de cuando en cuando y en el pueblo. La chulavita o policía solía tener retenes a lo largo del río.

Hombres armados abordaban las embarcaciones y sacaban las mujeres bonitas para llevárselas y violarlas.
Los primeros en matar fueron los de la policía, luego se volvió una matadera, una violencia general, nadie sabía quién mataba a quien, ni por qué.
Juancho trabajaba en Abonos de Colombia, Cartagena. Cargaba sacos de fertilizantes, cada uno de 50 kilos, por 24 horas llenando barcazas. Luego descansaba dos o tres días.
Tenía la espalda llena de cicatrices. Le pregunté si eran pleitos a filo. Dijo que fue una mujer. Tenía seño en Cartagena y querida río arriba. Para carnavales le dijo a la seño debía subir a descargar una barcaza. Desconfiada ella lo siguió en otra embarcación.
Tras días de carnavalear cayó dormido boca abajo en el cuarto de la querida. La seño entró y lo apuñaleó. Cuando logró voltearse ella le tiró al corazón y él apenas detuvo el puñal con el doblez del brazo derecho.
En la próxima entrega compartiré mis notas entre Tamalameque, El Banco y Calamar, donde tomé bus a Cartagena. Allí esperaba abordar una canoa del comercio del coco con San Blas.


