En 2013, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), conjuntamente con el Ministerio de Desarrollo Agropecuario (MIDA), desplegaron un programa piloto de agricultura familiar en ocho comunidades de la comarca Guna Yala.
Este plan probó con éxito una metodología innovadora de trabajo que permitía en un período de dos años mejorar la seguridad alimentaria y nutricional de las poblaciones indígenas del país más vulnerables.
Una de estas comunidades modelo fue Isla Tigre.
Llegar a esta aldea, ubicada en el corazón de la comarca Guna Yala, es una tarea ardua. La carretera por Llano Cartí que lleva a ella -entre curvas y caminos de tierra- se deteriora a medida que pasan los kilómetros, siendo su destino final el muelle de Niga Kantule.
A partir de ahí, el sol, las decenas de islas y el paisaje son los acompañantes en el recorrido de dos horas y media en lancha por el espumoso mar que lleva a Diger, nombre dado por los oriundos a la comunidad.
Detrás de la belleza que arropa los paisajes de Isla Tigre se ocultan dos grandes realidades: pobreza y desnutrición.
Erasmo Navas, miembro de esta comunidad, comenta que su modo de subsistencia depende de la pesca y los cultivos.
El plátano, maíz, yuca y arroz eran los principales productos de susbsistencia de la comunidad, sin embargo, con el tiempo fueron perdiéndose.
La pesca fue hasta entonces la principal fuente de sustento, “además que garantizaba ingresos más rápidos que la siembra”, asegura Navas.
Pero no solo de la pesca puede vivir una comunidad de aproximadamente 69 familias, integradas por núcleos desde 4 hasta 15 personas.
De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la incidencia de la pobreza extrema entre los indígenas de Panamá es de 5.9% más que la de la población no indígena.
Ante esta realidad, la FAO y el MIDA, en coordinación con el Congreso General de la comarca Guna Yala, implementaron hace dos años un programa que les permitía a los agricultores de Isla Tigre recibir asistencia técnica, capacitación en nutrición, gestión comercial e investigación agrícola.
El plan, que finalizó en mayo de 2015, fue positivo para la comunidad, señala Adolfo Gálvez, agricultor de Isla Tigre.
“Anteriormente las siembras se hacían sin alineación, y no teníamos conocimiento de las semillas que mejor se adaptaban a nuestras tierras. Ahora producimos más para nuestro consumo ”, asegura.
La sequía ha sido otro de los obstáculos que afligen a la comunidad. Actualmente se distribuyen cinco galones de agua diarios por cada familia, sin embargo, los cultivos quedan en manos de los dioses.
“Por ser un pueblo cultural, nuestras creencias se rigen por los designios de Dios, por lo que está en manos de él si nuestros cultivos resultan o fracasan”, advierte Erasmo Navas.
CULTIVOS ORGANIZADOS
El programa fue implementado en ocho comunidades de Guna Yala y Ngäbe Buglé, y se seleccionaron para los cultivos semillas de granos como el maíz, frijol, arroz y poroto; en raíces y tubérculos: el ñame, otoe, ñampí y yuca, así como algunas hortalizas y cultivos de plátano.
La dinámica participativa permitió a los productores elegir las actividades y el tipo de producción que querían desarrollar.
Se establecieron parcelas para validar y hacer comparaciones entre las semillas criollas y las importadas, como fue el caso del ñame diamante y la yuca, que fueron trasladados desde la comarca Ngäbe Buglé.
Entre los alimentos que no se producían en la comunidad de Isla Tigre y que fueron adoptados con este programa están el ñampí, el guandú y la yuca brasileña.
Edgar Serrano, representante de Desarrollo Rural del MIDA, explica que el modelo de agricultura de la comunidad Guna Yala era grupal, por ser la tierra de propiedad comunal.
“En un terreno podían trabajar entre 10 a 15 familias y todo tipo de cultivos. A partir de ahí se hizo un intercambio cultural entre las comarcas Guna Yala y Ngäbe Buglé, a fin de que se observara el sistema de producción agrícola. Fue en ese momento que los productores de Isla Tigre copiaron el modelo de producir en parcelas separadas”.
Además, se capacitó a los agricultores en siete aspectos importantes que debían considerar en el registro de sus cultivos.
En el caso del maíz, se hizo hincapié en la altura de la planta, la fecha de siembra, el tiempo de floración y finalmente los datos de cosecha y otras observaciones, como las plagas y enfermedades, así como la resistencia a las escasas precipitaciones.
Uno de los resultados de esta evaluación determinó que el ñame diamante tiene mayor resistencia a la enfermedad conocida como antracnosis que el ñame baboso típico de la zona, lo que generó un remplazo del producto, agrega el especialista del MIDA.
Esta metodología también ha ayudado a expandir los ingresos de los indígenas. En el caso de la comunidad de Ustupu, no solo se están empleando los productos para el consumo local. Ya comenzó un proceso de comercialización del ñame, la yuca y el ñampí.
Una vez comprobados los efectos positivos del programa para erradicar el hambre en las zonas más vulnerables del país, la FAO conjuntamente con el Gobierno de México y la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo buscan expandir este proyecto por otras zonas de Panamá, así como de la región.
