Si me voy a un restaurante y quiero pedir un vino sin cometer una atrocidad, mi primera elección siempre será un cabernet sauvignon chileno. Por varias razones:
En primer lugar, la cepa cabsab crece casi silvestre y como los perros satos, esta hija cruzada de las variedades cabernet franc y sauvignon blanc aguanta casi de todo y produce unos vinos tintos poco complicados y fáciles de entender para el neófito.
En segundo lugar, los vinos chilenos ofrecen la mejor relación costo-calidad del mercado. Sin duda.
Y en tercer lugar, ahora todo el mundo toma vino tinto, por aquello de que es más saludable, así que difícilmente va a desagradar a un miembro de la comitiva.
Soy de esa generación que incursó en materias dionisias primeramente con los Lancers y los Leibfraumilch (¡oh, horrible recuerdo, todavía se me paran los pelos!) y que luego descubrió los vinos de mayor y mejor pedigrí. Aún recuerdo los tiempos en que un Pouilly Fuissé, que hoy no baja de 25 dólares, costaba siete. Y aún recuerdo el placer indescriptible que sentí la primera vez que probé un Cousiño Macul, noble cabsab chileno. Han cambiado las cosechas, han cambiado las etiquetas, pero no ha cambiado el hecho de que el Cousiño Macul sigue siendo uno de mis vinos favoritos y sigue siendo una excelente compra.
Los chilenos, dicen algunos, carecen de identidad nacional en cuanto a vinos se refiere: los californianos son famosos por sus zinfandeles y chardonnays, los españoles por sus tempranillos, y hasta los argentinos ahora tienen identidad propia con el malbec. Recientemente, con esto del ADN, se descubrió que en Chile sobrevive una cepa llamada carmenere que se extinguió en Europa durante las plagas de la filoxera del siglo XIX, pero en mi opinión, el cabsab sigue siendo el portaestandarte de los vinos chilenos.
Verán. Los españoles introdujeron la vid en Chile durante la colonia, pero serían los franceses quienes aportaran enormemente a la industria vitivinícola chilena. Por supuesto, que la cosa no es solo soplar y hacer botellas, literal o figurativamente. La geografía chilena le ha dotado de un clima inmejorable, constante y predecible. Según el Diccionario Espasa del Vino, El aislamiento geográfico de Chile y su clima benigno le han otorgado una justificada reputación como país frutícola y vitícola de excelencia; la ausencia de filoxera permite evitar la costosa plantación de portainjertos, y los abundantes caudales de agua que desde la primavera se precipitan desde los Andes permiten el riego de los viñedos allá donde es necesario.
La corriente de Humboldt proporciona a la parte central de este paraíso austral un clima benigno, parecido al de Burdeos, esa región francesa vinícola por excelencia. La mayor parte del vino chileno se produce en esta franja llamada Valle Central, que reúne dentro de su geografía varias subregiones de importancia, que de norte a sur son:
- Aconcagua y Casablanca. Debido a que en Panamá no nos llegan muchos vinos de estas regiones, voy a obviarlas para concentrarnos en las otras, más relevantes.
- Maipo. La región más famosa no es necesariamente la más grande. Sus subregiones oficiales son Talagante, Pirque, Llano del Maipo y Buin. Se conoce mejor porque, debido a su cercanía a Santiago, muchas de las bodegas tienen sus oficinas centrales en Maipo.
- Rapel. Esta región ha crecido mucho, y está oficialmente dividida en Cachapoal y Colchagua. Encontré excelentes vinos de esta región, donde tienen intereses casas famosas como Los Vascos, de Château Lafite-Rothschild, al igual que Santa Rita, Undurraga y Montes.
- Maule: De sus subregiones, la más sonada acá es la de Curicó, de donde viene una de nuestras selecciones. Es una de las regiones más frescas y nubladas debido a la influencia del Pacífico. Notable es la presencia de la casa española de Miguel Torres.
- Bío-Bío. La más austral de todas las regiones, no tiene mayor incidencia en nuestra mesa.
