Laboa manejó la historia

Laboa manejó la historia
Monseñor Laboa aparece al lado de monseñor José Luis Lacunza, en una imagen de archivo.

Determinado y conciliador, monseñor José Sebastián Laboa no podía demorar más esa conversación con un hombre deprimido, víctima de alucinaciones y, según el obispo, con una psicología complicada. La hora de la verdad llegó el 3 de enero de 1990. Las presiones venían de todos lados. “Los americanos especialmente tenían una prisa increíble”, recordó meses después el prelado. Un día perdió la paciencia y les dijo: “está bien, si queréis, entrad, acomodaros, pero después os tendréis que explicar ante el mundo”.

En esos días había 18 refugiados en la Nunciatura, incluso 4 ex etarras y la esposa de uno de ellos. Acompañado por el capitán Eliécer Gaytán, Laboa se dirigió a Noriega en términos severos –sin que fuera un ultimátum, según precisó más tarde. Si la multitud civilista decidiera traspasar la cerca de la Nunciatura, “estoy pensando en que el fin suyo sería tristísimo, como el de Mussolini, degradante, pero la decisión es suya”. Gaytán, hermano de sacerdote y quien había sido jefe de la seguridad del dictador, remarcó la idea de la entrega a las tropas norteamericanas: “estamos arriesgándonos a terminar como Mussolini; nos colgarán de los pies porque los estadounidenses no dispararán un solo tiro para frenar a la gente que vendrá hacia acá”. Esa tarde miles de manifestantes en las proximidades de la Nunciatura Apostólica coreaban “justicia, justicia”. Noriega asintió y después juntos fueron a misa en la capilla de la representación. Antes de la entrega, Laboa le entregó al general un crucifijo bendecido.

Ajedrez diplomático Laboa fue el protagonista de ese ajedrez diplomático. Como afirma el ex canciller Jorge Ritter: por un lado convenció a Noriega que debía entregarse y, por el otro, a Estados Unidos que no debía precipitarse. “Dentro de la tragedia, fue un oasis de esperanza y de tranquilidad”. El no hubiera aceptado que tropas de EU ingresaran al recinto diplomático, sostiene.

Como dirigentes de la Cruzada Civilista y por lo tanto víctimas de persecución por los militares desde 1987, los empresarios César Tribaldos y Aurelio Barría entablaron una singular amistad con Laboa. Tribaldos recientemente lo visitó en su lecho de muerte en una residencia en San Sebastián.

“Con la entrega de Noriega se eliminó la posibilidad de que se organizara una guerrilla”, indica Tribaldos, quien se encontraba en la Nunciatura cuando Noriega se asiló la tarde del 24 de diciembre de 1989. El empresario le reclamó el obispo cómo era posible que a una persona que tanto daño había causado a Panamá se le ofreciera protección. “Tienes que entender que así como te di protección a ti, él también tiene derecho”, le replicó. “Esta es la casa de Dios. Tened caridad divina. Esta casa está abierta a todos, buenos y malos. Si es culpable pagará por sus crímenes”. Tribaldos reflexiona: “Me dio una gran lección”.

Consejero de días difíciles Según Barría, Laboa fue un consejero en aquellos días difíciles, ya que guió a la Cruzada Civilista para que fuese un movimiento cívico en favor de la democracia.

El obispo, de acuerdo con el ex vicepresidente Ricardo Arias Calderón, “hizo de la Nunciatura el refugio de los perseguidos, intervenía directamente o por persona interpuesta para liberar a presos, impedir torturas e incluso proteger vidas”. “Su presencia entre nosotros en el peor período de la dictadura fue un verdadero don de Dios para nuestro país”.

Según Guillermo Endara, a partir de la anulación por los militares de las elecciones del 7 de mayo de 1989, en las que él resultó vencedor, el nuncio “fue pieza vital para salir de esa trampa de muerte”.

Como conciliador lo recuerda Mario Rognoni. “El entendió como nadie la idiosincrasia nuestra”.

Rubén Murgas, en 1989 director de la estatal Radio Nacional, transmitió después de la invasión la tendencia de la dirección del PRD de gestionar un alto el fuego. Cuando vía telefónica se lo comunicó, el obispo le respondió: “Rubencito, qué alto el fuego si ya no caben más coroneles en la Nunciatura”.

Laboa se apasionó de Panamá y de su gente –manifiesta Tribaldos– a tal punto que en misas que oficiaba en Paraguay –destino diplomático siguiente– se refería inconscientemente a Panamá.

Un vasco universal

Declarado “vasco universal”, su paso de siete años por Panamá (1983-1990) fue fundamental en su vida religiosa y diplomática. José Sebastián Laboa Gallego nació en Pasajes de San Juan, Guipúzcoa, País Vasco español el 20 de enero de 1923. En 1949 fue ordenado sacerdote. Se licenció en teología y se doctoró en derecho por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En El Vaticano trabajó durante 30 años, primero en la sección de Causa de Santos de la Congregación del Culto Divino, y después en la sección para América Latina de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. El 7 de enero de 1983 fue ordenado obispo y nuncio apostólico de Panamá por Juan Pablo II. Cobijó en la Nunciatura a perseguidos por distintas causas. En fechas distintas, una habitación fue ocupada por Guillermo Endara, posteriormente presidente de la República, y Manuel Antonio Noriega, condenado a 40 años por narcotráfico en Estados Unidos y recluido en una cárcel de Miami, Florida.

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