[ÉTICA DEPORTIVA]

Maradó... Maradó...

“Ningún argentino nos dio tantas alegrías como él”, dijo la Presidente refiriéndose al director técnico de la selección, Diego Armando Maradona, después de su fracaso. Ahora, ¿sus hijos no son argentinos o esta frase es pura demagogia? Como sea, al fútbol le falta ética.

De paso, digamos que el equipo argentino, con excelentes individualidades, fracasó como organización. Todo el fútbol en el país decae debido a la intervención estatal. Por caso, el programa Fútbol gratis para todos que estatizó la difusión por televisión, en 10 meses ya perdió 140 millones de dólares y solo 250 mil hogares han visto los juegos, es decir que el costo mensual por hogar llega a 56 dólares cuando los operadores de cable privado cobraban seis dólares. El fútbol europeo, en cambio, mucho más privatizado, aumentó sus ingresos, según Deloitte, llegando a 15 mil 700 millones de euros (cerca de 19 mil millones de dólares) en la temporada 2008-2009.

Recordaba Peter Singer, de la Universidad de Princeton, que durante el partido de octavos de final entre Inglaterra y Alemania, el inglés Frank Lampard hizo un remate que pegó en el horizontal rebotando dentro del arco, pero el árbitro no lo vio. Finalizado el juego, el arquero alemán, reconoció el gol y que él, en lugar de ser honesto, intentó taparlo.

Aquel famoso gol de Maradona, en el partido contra Inglaterra del Mundial de México de 1986, fue anotado “un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios”, reconoció Diego Armando y admitió haber actuado para engañar al árbitro. En noviembre pasado, en el partido clasificatorio para este Mundial entre Francia e Irlanda, el francés Thierry Henry usó la mano para controlar la pelota y pasarla al compañero que anotó el gol decisivo.

Suele decirse que esta falta de ética se origina en la feroz competitividad por las grandes sumas de dinero que se manejan, pero esta, en todo caso, es una explicación parcial. En cricket por ejemplo, si un bateador golpea la bola y uno de los jugadores la atrapa, ese bateador queda fuera. Pero puede ocurrir que la bola apenas roce el bate y el árbitro no lo advierta. El bateador sabe y, tradicionalmente, “caminaba” (salía del campo) si sabía que estaba fuera.

Algunos todavía lo hacen. El australiano Adam Gilchrist “caminó” en la semifinal de la Copa Mundo de 2003 contra Sri Lanka, aunque el árbitro había dicho que no quedaba fuera. Su decisión sorprendió, pero ganó el aplauso de muchos aficionados, con lo que se hizo más popular y, por tanto, con posibilidades de ganar más dinero.

En el fútbol, los estados suelen entrometerse con regulaciones y dinero, con tal de usar su popularidad para ganar votos. Y en política importa ganar elecciones sin que importe cómo. La actitud ética de un jugador, si lo lleva a la derrota, será condenada por los políticos que necesitan un equipo campeón, sí o sí, para sacarse la foto con ellos.

Ahora se discute el uso de tecnología para revisar decisiones arbitrales. Ese no es el punto. El deporte en manos del mercado, de las personas, tiene grandes oportunidades de ser ético. Pero en tanto esté manejado y financiado por los políticos, que no manejan sus propios fondos sino los que coactivamente quitan a las personas por vía impositiva, difícilmente prospere otra cultura que no sea la de ganar o ganar.


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