Al asumir este tema es deseable quebrar dos tabúes: que lo científico resulta muy difícil para el común, y que lo no enmarcado en dogmas debe padecer el oscurantismo.
El mundo está celebrando los 150 años de la publicación de El Origen de las Especies (24 XI/1859) del naturalista inglés Charles Darwin, quien expuso su idea de la selección natural como base para la biología moderna y luego la Teoría de la Evolución que suscitaron agrias polémicas, algunas necias otras absurdas a la luz de la dogmática, lugar frecuente, con conclusiones inhumanas como el castigo a Galilei o el culmen de todas las injusticias: la condena a Jesucristo.
La conmoción fue tal que los mil 250 ejemplares fueron vendidos enseguida, también por la divulgación vehemente de los tripulantes y el capitán Roy, del bergantín cartográfico HMS Beagle, quienes habían descubierto el canal (1830) que comunica los océanos Pacífico y Atlántico, y que por lo mismo lleva su nombre, y habían sido testigos de las investigaciones de Darwin en sus viajes (1831 a 1836) de interés antropológico, particularmente por esa zona de Tierra de Fuego en el extremo sur de América. De vital repercusión en la historia panameña.
La tesis, cimentada en evidencias, establece la coherencia por siempre buscada en la conectividad del reino animal, afianzando como punto culminante la aparición del rey de la creación, el Homo sapiens. Ello implica que cada especie desciende de otras aun más primitivas, lo que conlleva a que todo ser vivo comparte en algún estadio previo, cierto ascendiente con otras especies.
El darwinismo expone el cambio de las especies como exigencia defensiva para la sobrevivencia, esa evolución, mecanismo de mutaciones aleatorias sucesivas, es la selección natural: los mejor adaptados sobreviven y los que padeciendo graves limitaciones no mutaron asumiendo resistencias, se extinguieron.
En el ámbito panameño tenemos un ejemplo clásico de esta fenomenología en términos zootécnicos. De Europa fueron traídos, hace cerca de 90 años, ejemplares vacunos Boss taurus, algunos de los cuales lograron, con dificultades, aclimatarse y procrearse en el inhóspito entorno del trópico húmedo; de ellos, por fortuna, existen aún unos descendientes en Veraguas.
Si trajésemos hoy a nuestra geografía unos descendientes del origen común de esta ganadería pero que nunca salieron de Europa, tal vez no sobrevivirían; descendiendo del mismo genotipo, los veragüenses desarrollaron un fenotipo diferente, más resistente, que ahora llamamos criollo. Y esto es tan sólo un siglo en la historia local y de una raza, no de toda una especie.
Del tema surgen insospechadas aristas a cual más interesante que, por razones de espacio, no podemos profundizar en este artículo, por eso, recomendamos la lectura sin inhibiciones sobre los períodos: Paleozoico, Mesozoico y Cenozoico con sus dos etapas: Terciario y Cuaternario y más en detalle el Paleolítico, de cuatro millones de años antes de nuestra era, cuando ya aparecen el Australopitecus, el Homo habilis (dos millones de años a. de N.E.), el Homo erectus (1 millón de años a. de N.E.), el Homo sapiens (100 mil años a. de N.E.). Y ya en el Neolítico el Homo sapiens sapiens (10 mil años a. de N.E.) para culminar en la Edad Antigua (cuatro mil años a. de N.E.). Y los tratadistas: Aristóteles, Buffon, Lamarck. Mendel, Correns y Tschmarck (Mutacionismo, 1900); Mayrs, Haldane, Fischer, Wright y Dobzhansky (Neodarvinismo), Kimura (Neutralismo, 1970), Gould y Eldredge (Puntualismo y Saltacionismo, 1970/80) y el propio Darwin.
Así mismo los modelos: candelabro, que sugiere la evolución a partir de diferentes poblaciones locales de Homo erectus, y el de Arca de Noé sosteniendo que el Homo sapiens se originó a partir de una población única.
