Menos demagogia más soluciones: Salomón Díaz Saturno



Tras finalizar la VII Cumbre de las Américas y de largas jornadas en las que se oyeron discursos muy bien desarrollados por los presidentes –algunos haciendo alarde de su condición de buenos oradores y demostrando hidalguía– tuve sentimientos encontrados al ver la efervescencia que provocaron “algunos” de estos por el uso de la emotividad y el manejo de argumentos. Discursos en los que, algunos en particular, utilizaban la polarización social, la manipulación de la historia y la toma abierta de bandos como herramienta.

Asimilando un poco lo acontecido, recordé mi época de universidad en la que motivado por algunos profesores de Ciencias Políticas, me leí libros como el Manifiesto comunista, El contrato social, las biografías de Marx, Lenin, Fidel y, por supuesto, del Che, y luego de terminarlos me sentía sobrecogido con todas esas ideas utópicas que parecían poner siempre al ser humano por delante.

Pero me tomó vivir un poco más, comparar realidades, oír testimonios, ver resultados e indicadores para tener una visual amplificada de la realidad de algunos de estos países socialistas y con líderes de izquierda, lo que desembocó en un rápido desencantamiento y en la diáfana comprensión de que en un mundo globalizado y competitivo no queda lugar para la demagogia y la ciega fidelidad a ideologías que no resuelvan las problemáticas de los Estados.

Reconozco que me costó escuchar los discursos tan sentidos, “humanistas” y quijotescos de los presidentes de Cuba, Venezuela, Bolivia y Ecuador, entre otros, porque en sus países ellos tienen situaciones sin resolver como: emigración diaria, denuncias por violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión.

Resalto el caso del presidente de Ecuador, quien en su discurso despotricó en contra del “periodismo latinoamericano”, etiquetándolo como “mala prensa”.

Como ciudadano que cree fielmente en la democracia, como sistema de gobierno, jamás aprobaré a los mandatarios que se hayan tomado el poder militarmente, a los que luego de ganar elecciones por el voto popular cambien la Constitución para ser reelegidos de forma consecutiva hasta por 15 años; a los que instauran la reelección indefinida, ni a los de países en donde las elecciones populares y la oposición son un mito urbano.

Mi inquietud inmediata frente a esto es, ¿por qué, si la razón los acompaña, insisten en realizar cambios tan controvertidos a sus constituciones y no permiten que surjan otros líderes de sus propios partidos que los reemplacen?

Creo en la lucha de las ideas y en la fuerza de los argumentos, porque estos tienen vida propia, viajan y se defienden por sí mismos. Solo debe ser la lógica, la racionalidad –con un sentido humanitario– y los resultados los que reivindiquen cualquier ideología y partido político.

Son los ciudadanos comunes quienes juzgarán si sus doctrinas y planes son óptimos para el desarrollo de esas naciones. Sin embargo, la falta de insumos y alimentos, los servidores públicos que amasan fortunas injustificables y las economías colapsadas o en franco declive no son buenos síntomas de una política de Estado exitosa.

Pero lo que me consterna a la hora de redactar estas palabras es la excesiva concentración de poder que algunos de estos presidentes ostentan en su propia figura. Creo que sus constantes intentos de perpetuarse son fuertes tendencias totalitarias, que se oponen de forma evidente a los deslumbrantes discursos que oímos durante la cumbre, en los que condenaron la política exterior de las grandes potencias, y porque presenciamos una forma moderna de monarquización de sus países. Ese comportamiento es más nefasto que las acciones de los llamados países imperialistas, en los que aún se procura la alternabilidad de presidentes y de partidos políticos en el poder.

Para concluir, considero que la mejor arma de un Estado debe ser el intercambio de ideas, la representatividad y la participación de la sociedad civil.

No todo lo que viene de “la izquierda” es malo ni todo lo que hace “la derecha” es bueno, pero en todo caso, la consolidación de los líderes debe ser medida según el reflejo del bienestar de sus países y que siempre prevalezcan los buenos ideales, y no los íconos en nuestras naciones libres.

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