Apenas había transcurrido un año de la muerte del general Omar Torrijos Herrera. Corría el 30 de julio de 1982 y mis habituales recorridos periodísticos me llevaron a la Presidencia de la República, en horas de la mañana. Vi cómo bajaban camisas y sacos finos, corbatas, cajetas que eran depositadas en un panel color blanco que estaba apostado frente al Palacio de las Garzas. En ese momento no me imaginaba lo que se estaba dando. Al principio pensé que iban a llevar la ropa del presidente Aristides Royo a la lavandería.
¡Cómo!, exclamé luego de una rápida reflexión, ¡pero si allá arriba hay equipos para estos menesteres! Luego de husmear, de ver los movimientos y de hacer una que otra pregunta, me notificaron que el señor Royo se trasladaría de la casa presidencial, debido a problemas de salud. La población era consciente de que a nuestro mandatario le encantaban los discursos y las improvisaciones.
El pueblo conoció, a través del medio para el que trabajaba, RPC Televisión, la noticia de que Aristides Royo dejaba su alto cargo debido a problemas en la garganta. Esa excusa era comprensible; un hombre de su talla, que conquistaba a las masas con su elocuencia natural y su lenguaje grandilocuente, no podía seguir en el poder sin su arma letal...la voz.
¡A otro chino con ese cuento! Ésa fue la excusa más infantil que país alguno recuerde. Y miren cómo son las cosas de la vida, y esto va para los que creen en cábalas. Torrijos murió el 31 de julio de 1981; Royo fue forzado a renunciar el 31 de julio de 1982; Ricardo De la Espriella comienza su mandato el 31 de julio de 1982 y lo obligan a renunciar el 13 de febrero de 1984, fecha del natalicio del general Torrijos.
Royo renunciaba, según los entendidos en la materia, por el gran problema de imagen que tenía el gobierno, luego de las grandes concentraciones de los maestros y profesores; por las pugnas internas dentro de la Guardia Nacional y por el proyecto de reforma constitucional que se veía venir para complacer las exigencias del pueblo que pedía la escogencia de sus autoridades por el voto popular.
Quienes dirigieron el cuerpo armado tuvieron el privilegio de contar con sus presidentes desechables, a saber: Torrijos tuvo a Demetrio Basilio Lakas y a Aristides Royo; Paredes tuvo a Ricardo De la Espriella y Noriega tuvo a Jorge Illueca, Nicolás Ardito Barletta, Erick Arturo Delvalle, Manuel Solís Palma y Francisco Rodríguez. Muchos preguntarán ¿y Florencio Flores, ése que dirigió la guardia después de la muerte de Torrijos? Flores apenas estuvo ocho meses en ese cargo; Rubén Darío Paredes y la cúpula lo sacaron. Hay que advertir que en ese periodo, el presidente Aristides Royo tuvo el mejor momento para saborear el poder, debido a la actitud respetuosa de las leyes que demostró Flores.
Y Aristides Royo se fue para España como embajador; esa fue parte de la medicina recetada para aliviarle los problemas de garganta. La renuncia forzada del caballero, le permitió al país contar con uno de los mejores presidentes designados por la vía indirecta, don Ricardo De la Espriella. Recuerden que el famoso poder popular, entiéndase representantes de corregimientos, escogían al mandatario de turno; claro, cumpliendo las órdenes que venían de la comandancia.
No sé cuántos o cuántas lloraron la partida de Aristides Royo, pero después de ese episodio comenzó una pugna por el control civil y militar. Rubén Darío Paredes propicia reformas constitucionales para permitir elecciones libres; también muestra su interés por dejar la Guardia Nacional para correr en esos comicios y el 12 de agosto de 1983, en acto público, anuncia su retiro del instituto armado y lo sucede Manuel Antonio Noriega. ¡Buen salto, Rubén!, le dijo Noriega a Paredes. Lo malo fue que el Tony le quitó el paracaídas.
Tan pronto empezó el proceso político para escoger al Presidente, a los legisladores, alcaldes y representantes de corregimiento, Paredes se perfilaba como el virtual candidato por el Partido Revolucionario Democrático. Supongo que el Tony diría, "ese hombre no me va a permitir ejercer el poder que otros militares tuvieron". A los pocos meses, el PRD le quitó el techo y el piso político y como quien dice, Paredes, de omnipotente quedó como un tigrillo recién nacido. Si usted analiza ese pedazo de la historia, comprenderá que los civiles amasaron más fortunas que los militares y para cerrar con broche de oro, son ellos, los militares, los que están cargando con el mayor peso de los pecados cometidos desde ese 11 de octubre de 1968.